viernes, 14 de agosto de 2009

Sobre el deber de cultura en los estudiantes, en “Moral para intelectuales” de Carlos Vaz Ferreira (Julio 2009)

Rodrigo Federico Eugui Ferrari

“Aún no conocía yo ninguna de aquellas palabras y, con crueles y terribles castigos, se me presionaba violentamente para que las aprendiera. Sin embargo, fijando la atención, las fui aprendiendo sin ningún temor ni tormento, incluso entre las caricias de las nodrizas y los juegos y fiestas de quienes conmigo se reían y jugaban. Las aprendí sin la enojosa pesadumbre de los apremios, bajo el solo apremio de mi corazón ansioso de manifestar sus conceptos. Y no me hubiera sido esto hacedero, de no haber aprendido algunas palabras, no de los que me enseñaban, sino de los que hablaban, en cuyos oídos iba yo depositando todo lo que sentía. Esto pone bien de manifiesto que posee mayor eficacia para estos estudios una espontánea curiosidad que una temerosa coacción.”
San Agustín. Confesiones

NOTA: Para evitar esa monótona repetición de ideas (que tanto nos perjudica al expoliar a la lectura, independientemente del tema que ésta tratase, de su fin de entendimiento; y otorgarle uno nuevo, más mnemotécnico y gélido a la causa de “estudiar por el saber mismo”), cambiaré la estructura del trabajo, siempre respetando la intención de las preguntas originales, pero con la diferencia que serán formuladas desde “otro enfoque”, más personal diría. Por ello, imagínese que un niño (típico representante de nuestro “espíritu curioso”) se encuentra con Carlos Vaz Ferreira (que, en este caso, simbolizaría la parte reflexiva del alma) y empiezan a dialogar…

Niño- Amigo, he visto a mi hermano enfurecerse cada vez que tiene un examen. Cuando le pregunto por qué los aborrece de tal manera, su cólera le niega el decírmelo. ¿Podrías tú explicarme la causa de su rechazo?

Carlos Vaz Ferreira- Trataré de ser lo más comprensible posible, pequeño compañero. En primer lugar, los exámenes crean una especie de psicología peculiar en el estudiante. (Observando sus ojos que arrojan extrañeza) A ver, ¿cómo te lo explico? Asumo que tú y tus compañeros, entre ustedes, se dirán: “¡Que suerte, nos falta tan poco para terminar la escuela!” o “¿Qué daremos este año?”. Estoy en lo cierto, ¿o me equivoco?

Niño- Estás en lo cierto.

Carlos Vaz Ferreira- Bien, entonces podemos afirmar que las palabras que emplean nunca se refieren a algo “que entre”, sino a algo “que sale”

Niño- No entiendo.

Carlos Vaz Ferreira- Creo que ustedes no se preguntarán, por ejemplo, “¿Qué parte del reino vegetal daremos este año? Estoy ansioso por comenzar a estudiar”, o exclamarán “¡Viva, aprenderemos la cultura inca!”. Es decir, su hablar coloquial no refiere muy a menudo sobre estos temas; no trata sobre algo “que entre”

Niño- ¡Ah!, ahora comprendo.
Carlos Vaz Ferreira- Lo anterior demuestra que esta terminología se encuentra vinculada al problema de “estudiar para mostrar que se sabe”. Este es un caso muy serio: al estudiante no estudiar (valga la redundancia) para saber; resulta que ese conocimiento, que en ese momento absorbe, tiene que exhibirlo. Ello genera una consecuencia negativa: la preocupación de recordar predomina sobre la de entender. ¿Qué deduces entonces?

Niño- Que se forma una cultura artificial.
Carlos Vaz Ferreira- ¿Por qué?

Niño- Porque si nosotros nos concentramos únicamente en repetir (sin reflexionar) lo que otros han pensado, nunca podríamos contribuir a la formación de nuestra propia cultura, puesto que este proceso exige innovación y creatividad.

Carlos Vaz Ferreira- ¿Es decir…?

Niño- Es decir: nosotros tenemos las herramientas, lo que nos faltaría sería darles un nuevo uso.
Carlos Vaz Ferreira- ¡Exacto! Ahora piensa acerca de la magnitud de este fenómeno si en vez de combatirlo lo beneficiamos.
Niño- ¿De qué manera?
Carlos Vaz Ferreira- Aumentando la cantidad de materias en los cursos, agregándoles temas a los programas…

Niño- Estaríamos exigiéndole a la memoria un esfuerzo antinatural. ¡¿Cómo un joven podría retener semejante cantidad de información?!
Carlos Vaz Ferreira- No lo hace, nadie puede lograrlo. Lo que sucede es que su espíritu se crea hábitos y facilidades especiales: simula el saber ante una mesa examinadora, al tiempo se olvida de todo lo que había “aprendido”. Ya hablamos sobre los inconvenientes pedagógicos del examen, dime: ¿cuáles serían los dilemas éticos correspondientes?

Niño- Personalmente, me preguntaría: si tales métodos de evaluación obstaculizan el progreso cultural, entonces ¿por qué continúan estando vigentes en la actualidad, e incluso hay personas que los defienden? Asimismo, el fin real de la enseñanza ¿coincide con el ideal? ¿Qué le resulta más conveniente al Estado: poseer un gran número de falsos eruditos o incentivar el “saber por el saber mismo”? ¿Verdaderamente se tienen en cuenta los intereses intelectuales del estudiante o el objetivo mismo del aprender? Esta vez, concuerdo con Confusio en lo siguiente: “estudiar sin reflexionar es una tarea inútil, reflexionar sin estudiar es una obra vacía”
Carlos Vaz Ferreira- Ahora comprendes las razones por las cuales tu hermano los aborrece tanto.
Niño- Si alguien quisiera contribuir a su cultura, pero a la vez se halla obstaculizado por este método de evaluación, ¿qué le aconsejarías?
Carlos Vaz Ferreira- Lo primero que le diría es que ambos puntos son importantes, por lo que no debe descuidar ni uno ni otro. Si no presta atención a la cultura, no será un ser “útil” completamente para la sociedad. Evoco las palabras de Johann Heinrich Pestalozzi: “Podemos aprovecharnos de las opiniones de los demás y sacar alguna ventaja del hecho de conocerlas; pero podemos, además, hacernos nosotros mismos útiles a las otras personas mediante el trabajo de nuestro propio entendimiento, los resultados de nuestras investigaciones personales y también por medio de aquellas ideas y realizaciones que podríamos denominar nuestro patrimonio intelectual. Sólo así nos hacemos acreedores al derecho de tenernos por miembros valiosos de la sociedad.”(1) Por el contrario, si descuida los exámenes, nunca podrá acceder a “nuevas herramientas” que le aseguren una verdadera contribución a la cultura. En resumen: se complementan.

Niño- Reincido con la pregunta, ¿qué le aconsejarías?
Carlos Vaz Ferreira- A eso iba, no seas tan ansioso. Mi recomendación número uno será que se habitúe a profundizar un tema cualquiera, dependientemente de su gusto o de su capacidad intelectual para intuirlo. Recuerda: paso previo al descubrimiento es un conocimiento minucioso y detallado del objeto estudiado. Complementaré esto citando una frase muy esclarecedora de Pestalozzi: “aquel hábito de reflexión que descarta la presunción del ignorante y la ligereza de un saber superficial, que puede llevar a la persona a la humilde convicción de que sabe poco sin duda, pero también a la honrosa conciencia de que eso poco que sabe lo sabe bien.” (2) En segundo lugar, le diría que no limite sus lecturas al círculo de los textos (aquellos que han sido escritos con fines didácticos), sino que lea algunos libros. Como podrás notar, estimado amigo, la idea anterior deriva de la primera. Por último, le susurraría con sutileza al oído: ¡¡apaga la T.V por un instante y dedica una parte de tu tiempo a pensar y producir!!

Niño- Pero, ¿y si la persona está muy ocupada y no tiene tiempo para esto?
Carlos Vaz Ferreira- Aquí entre nos, ¿a quién le faltaría una, quizás media hora diaria para consagrarla a un trabajo o investigación original? Piensa que, si tantos productores han escrito obras importantísimas en condiciones similares (o peores aún), ¿por qué razón no podríamos lograrlo nosotros?

Niño- He estudiado tus tesis pedagógicas, también denominadas “idea directriz del escalonamiento” e “idea directriz de la penetración”, ambas independientemente. Contéstame: ¿en qué forma se pueden combinar?

Carlos Vaz Ferreira- Imagínate que estás frente al pizarrón de tu clase; el maestro te puso una ecuación y quiere que la resuelvas. Como niño de doce años, no te costará mucho tiempo llegar a una solución. Aplicas alguno que otro cambio de signo, restas, sumas, divides, multiplicas. Con seguridad, tendrás dificultades al principio, pero las irás superando con la práctica. A medida que vayas aumentando de grado, los problemas serán cada vez más complejos, y se vincularán con la “base” previa que habrás adquirido en años anteriores. En esta clase de ciencia (matemática, física y química), se “aplica” sí o sí mi idea directriz del escalonamiento, pues el estudiante, para ir conquistando este tipo de conocimiento, se apoya de lo ya aprendido. Piensa: resultaría absurdo pedirle a un niño de 6 años que resuelva una ecuación cuando todavía no aprendió a sumar o dividir. Pero surge un gran inconveniente: si permitimos que esta tesis actúe por sí sola, estaríamos pisoteando su gusto al “saber por el saber mismo” y, por consiguiente, a ese incentivo espiritual por descubrir “algo” nuevo, lo que es realmente intolerable. Por esto, nace la “idea directriz de la penetración” como un complemento. Se trata de presentarle algo nuevo, que le interese, y que nunca lo haya visto; y que lo vaya investigando por su propia cuenta, que su espíritu penetre como pueda el objeto. “Hay casos en los que el sentido común y un corazón ardiente llevan más lejos que un entendimiento cultivado, frío y calculador” (3), como diría Pestalozzi. Y agregando a esto: “No deben llevar al niño únicamente a repetir en iguales o nuevas palabras lo que acaba de oír. Han de estimularlo a observar aquello que tiene ante él y a afianzarse en lo que ha aprendido, y ejercitarlo a hallar una pronta y adecuada respuesta entre su pequeño acopio de conocimientos. Mostradle una determinada propiedad en una cosa y haced que luego la descubra él mismo en otro objeto.” (4).

Niño- Acerca de tu “idea directriz del escalonamiento”, tengo una crítica que hacerle: creo que la misma no tiene en cuenta la importancia de conocer previamente qué sabe el alumno antes de pretender enseñarle algo. Así, podemos decir que, al igual que una pirámide cuando se le agrega una nueva piedra, si la base no es sólida termina por derrumbarse. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Carlos Vaz Ferreira- Perfectamente. A esto te contestaré: no todos aprendemos de igual manera o al mismo tiempo, y quien se encargará de ir adentrándonos en el maravilloso universo del conocimiento, según nuestra capacidad, será el maestro, puesto que él es el único que conoce nuestras posibilidades. De esta persona dependerá gran parte de nuestra “base piramidal”. Te recomiendo que leas un pasaje del libro Confesiones, de San Agustín, donde el autor se refiere a ello mediante una metáfora muy conveniente; de seguro aclarará tus dudas.(5)

Niño- Existe algo que todavía no comprendo: ¿por qué causa un investigador abandonaría aquel “deseo de descubrir”, esa elaboración teórica original? Explícamelo, te lo pido.

Carlos Vaz Ferreira- Admito que tus interrogantes me han asombrado; prométeme que, cuando crezcas, no sepultarás tu innata curiosidad, y que acostumbrarás al espíritu a buscar nuevas respuestas a antiguas preguntas. Volviendo con tus inquietudes, te diré que un desestímulo a la investigación nacional es la falta de tiempo y concentración. Previamente, ya tratamos este punto, por lo que no tendría sentido hacerlo otra vez. La indiferencia absoluta que enseñamos es otro factor de desinterés.

Niño- ¿La que...?

Carlos Vaz Ferreira- La indiferencia absoluta. Es decir, aquí mismo las personas “ponen en igual plano” aquellos trabajos que contienen ideas novedosas, originales, y aquellos que son, simplemente, un resumen de tesis foráneas. Si fueses un científico que ha descubierto una cura para alguna terrible enfermedad, y tu obra tiene idéntica valoración que la de otro que lo único que hizo fue trasladar, traducir mejor dicho, conceptos ajenos; ¿cómo te sentirías? ¿Acaso la frustración no te impediría continuar progresando?

Niño- Ahora comprendo la raíz de tal indiferencia.

Carlos Vaz Ferreira- El tercer desestímulo corresponde a una pobreza material del medio, que influye en la mentalidad del productor. Te lo explicaré: el investigador se autoconvence de que, puesto a la carencia de herramientas, nunca podrá formular grandes teorías, que influyan alrededor del mundo. Por eso, en vez de elaborar poco, opta por no hacer nada.

Niño- ¿Consideras que está en lo cierto?

Carlos Vaz Ferreira- Sí y no. Concuerdo con él en que la pobreza del ambiente es una dificultad para la elaboración de grandes teorías, pero no es excusa para que deje de producir. Por más insignificante que sea su aporte, junto con otros (también pequeños) pueden llegar a formar ideas de alcance universal. Es cierto que la situación de un productor nuestro no es comparable a la de un europeo: este último posee a su disposición la última tecnología, laboratorios bien equipados, etc.; pero ambos tienen en común un “espíritu activo”, inclinado a investigar, encontrar, crear. Por esta razón, considero que “el que llega a producir aquí vale más intelectualmente, y mucho más moralmente, desde el punto de vista de la voluntad, que un notable productor europeo.”(6)

Niño- O sea que la falta de recursos no es un motivo relevante para dejar de investigar, ¿o me equivoco?
Carlos Vaz Ferreira- No, no lo haces. Piensa que la mayoría de las investigaciones más importantes se han realizado en condiciones pobrísimas. Pasteur, Claudio Bernard son ejemplos clásicos de experimentadores que se encontraban en tales circunstancias. Y, sin embargo, contribuyeron notablemente a la ciencia. La carencia principal no es de orden material, sino de orden psicológico.
Niño- Explícate.
Carlos Vaz Ferreira- Cuando un médico aplica un tratamiento, su alma se encuentra en un estado pasivo: lo único que hace es constatar lo que otros han observado, nada más. Lo aplica tantas veces, que se convierte en una rutina para el profesional. Quizás, en alguna ocasión, éste descubre que ese tratamiento no es adecuado para un grupo de personas, pero pasa por alto lo percibido. Al tiempo, otro profesional describe lo que el primero descuidó, y el tratamiento deja de ser válido para determinados pacientes. Nuestro médico se dirá a sí mismo: “¡Uy, pero si yo lo había visto antes!”. Para salir de esta rutina, de este mal hábito, recomiendo que nos detengamos a estudiar con profundidad dos o tres puntos que sean ajenos a nuestras profesiones. Si la voluntad siguiese con fidelidad los consejos que he descripto al inicio, este mal intelectual seguramente se extinguiría.

Niño- Me gustaría añadir algunas reflexiones de Mario Wschebor, comprendidas en su ensayo “Imperialismo y universidades en América Latina”. Primeramente, creo que has observado que los grandes descubrimientos surgen en los países del centro. ¿Por qué? Porque las investigaciones, en muchos casos, cuentan con la financiación del Gobierno Federal. En Estados Unidos, el Ejército norteamericano subvencionó una serie de trabajos científicos, que luego serían utilizados para su propio beneficio. Otro aspecto importantísimo es que “el sistema capitalista ha organizado el mundo de tal modo, que los frutos del progreso científico y tecnológico no son utilizables para la gran mayoría de la población del Globo, y que el sometimiento de nuestra cultura es una consecuencia de esta situación, a la vez que un instrumento para mantenerla.” (7) Así, el deseo de nuestro hombre de ciencia de “progresar en su saber, como el de hacer del conocimiento una cosa útil para el mundo que lo rodea, tropiezan sistemáticamente con la organización económica y social de un imperio que, o bien ha convertido a la ciencia y a la tecnología en aspectos marginales en los países subdesarrollados, o bien utiliza los frutos de su trabajo para mantener la situación actual.” (8) Personalmente, creo que daríamos un efectivo progreso en el campo científico, si organizásemos de una manera más racional nuestros recursos. Concluyendo, considero que “el hombre de ciencia en un país atrasado debe mantener viva la llama del saber, aunque esto implique necesariamente que su trabajo ha de ser modesto comparado con el despliegue que realiza la sociedad industrial” (9); únicamente así lograría “liquidar la degradación moral en que se ha caído, bajo la égida del imperio, y volver a convertir el pensamiento en instrumento del progreso y bienestar del género humano.” (10)

Carlos Vaz Ferreira (maravillado)- Cada vez que te escucho, me cuesta aceptar cómo el buen juicio puede brotar de esas palabras infantiles. Me encantaría conversar contigo un largo rato más, pero ya es tiempo de que me retire.

Niño- Antes de que partas, quisiera finalizar esta plática con una última pregunta.
Carlos Vaz Ferreira- Adelante.

Niño- ¿Cuáles son los riesgos que generan la formación profesional específica y la adquisición de una amplia cultura por parte del individuo?

Carlos Vaz Ferreira- Con respecto al primer caso, la consecuencia negativa más relevante que ocasiona dicha profesionalización ya fue elucidada con anterioridad, cuando hablamos de ese estado espiritual pasivo. Refiriéndome ahora a la problemática siguiente, te contestaré que el mayor peligro que acarrea la adquisición de una amplia cultura por parte del individuo (proporcionada al estudiante a través de la enseñanza) es que, a medida que crece en superficie, es decir, a medida que se van agregando más y más temas a los planes de estudio, con la mera intención de abarcar todos los aspectos culturales (lo cual es imposible); decrece en profundidad, y ello nos perjudica en el sentido que no nos proporciona una base sólida para delimitar los problemas con claridad, y así poder darles soluciones, aunque éstas sean provisorias. Sería como fertilizar las plantas de veinte jardines con un puñado de abono, ¿me comprendes?

Niño- Por supuesto. Entonces dime, experto jardinero: ¿cuáles serían aquellas plantas que, a tu juicio, necesitan más fertilizantes que las otras?

Carlos Vaz Ferreira- Eso, pequeño amigo, lo averiguaremos otro día…
Ambos filósofos se saludan, dan una vuelta y se alejan caminando en sentidos opuestos.

Notas:
(1) J. H. Pestalozzi. Cartas sobre educación infantil
(2) Idem pág. 3
(3); (4) Idem pág. 3
(5) “Yo no echo la culpa a las palabras, que son como vasos escogidos y preciosos, sino al vino del error que maestros ebrios nos servían en ellos y, si no lo bebíamos, se nos azotaba y no teníamos derecho a apelar a ningún juez sobrio.”
(6) Carlos Vaz Ferreira. Moral para intelectuales
(7); (8) Mario Wschebor. Imperialismo y universidades en América Latina
(9); (10) Idem pág. 7

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