martes, 18 de agosto de 2009

Derrida y la estrategia de la desconstrucción del discurso absoluto (Julio 2009)

Victoria Lavorerio
La Différance y la crítica al logocentrismo

Acuñar el término Différance tiene repercusiones filosóficas aún antes de detenerse en su significación, si se puede decir siquiera que la tenga. Digo esto, en parte, porque Derrida decide referirse a esta palabra como un neografismo y no como un neologismo. Es decir, no es una nueva palabra, ni un nuevo concepto, de hecho, ni siquiera es un nuevo fonema, ya que en francés no hay diferencia de pronunciación entre différance y différence, que sería la ortografía correcta de la palabra diferencia. Esta asimetría que transforma el concepto en pura escritura, se debe a una inversión en la jerarquía entre la phoné (el habla) y la graphé (la escritura).
La dicotomía de lo escrito y lo dicho atraviesa la historia de la filosofía, desde Platón hasta Saussure. En ésta, al igual que en muchas otras, ambas partes están en situaciones desiguales de valoración: la palabra dicha, hablada, tiene mayor jerarquía que la escrita, ya que se considera, desde Aristóteles, que ésta es copia, signo o representación de aquélla. Es este logocentrismo que pretende atacar la estrategia derridiana; la idea de que en todo par dicotómico un elemento se esconde por detrás del otro. Detrás de la palabra escrita se encuentra la dicha, pero, a su vez, detrás de este significante (contingente) se encuentra el significado (expresado por aquél) que es inteligible y no sensible. El alma, es más fácil de conocer que el cuerpo, decía Descartes, y la existencia de lo externo/objetivo queda en un status incierto, mientras que los estados internos/subjetivos son infalibles. El fonocentrismo es manifestación del idealismo y está en la base de la metafísica logocéntrica occidental.
Es aquí donde entra nuevamente la différance. El verbo diferir tiene un doble sentido: el de ser distinto, no idéntico, y el de estar retardado o mediado temporalmente. A pesar de las críticas que le hace Derrida a Saussure, coincidirá con él en el papel fundamental que le otorga a la diferencia en el lenguaje. La diferencia será, para Derrida, un origen productor de todo sentido; en el origen del sentido no hay un ser pleno, homogéneo, sino diferencias; está inspirado en la idea hegeliana de que la contradicción viene antes lógicamente que la identidad. Por lo tanto, hay discontinuidad conceptual y temporal; espacios entre sentidos e intervalos temporales. La différance produce todo sistema de diferencias porque está en la base de toda oposición; ya no es entonces simplemente un concepto, sino la posibilidad de la conceptualidad, del proceso y de sistemas conceptuales en general.¹
El significado no está nunca presente en sí mismo; todo concepto está por derecho y esencialmente inscripto en una cadena o en un sistema en el interior del cual remite al otro, a los otros conceptos, por un juego sistemático de diferencias.² Si consideramos, en cambio, dos conceptos dicotómicos como si tuvieran sentido e identidad en sí mismos, sin las cadenas de significación de las que hace depender el sentido Derrida, entonces encontraremos en su opuesto un contrario simétrico, también pleno y atómico, y, por lo tanto, irreconciliables entre sí. Pero si originariamente los sentidos se interdefinen por medio de sus diferencias, un concepto lleva en sí la huella de su contrario; más aún, su propiedad depende del hecho de ser diferente al concepto excluido, al que, sin embargo, se le niega un valor análogo al suyo. Paradójicamente, gracias a la différance las dicotomías se vuelven más flexibles.

Dentro y fuera de la razón

Derrida tiene la clara intención de atacar los presupuestos metafísicos tradicionales, especialmente los que pretenden la búsqueda de trascendentalidad o esencia. Sin embargo, no le parecen válidas las críticas a la filosofía cuando pretenden hacerlo desde afuera de este sistema de pensamiento, ya que de esta forma, aún nuestras críticas se realizan en los términos propios de aquello que estamos atacando. Al utilizar los mismos presupuestos, categorías y lenguaje, estamos reafirmando el sistema que pretendemos socavar. Al no poder operar sino en el interior de la razón desde el momento en que ésta se profiere, la revolución contra la razón siempre posee la extensión limitada de lo que se designa como una agitación, precisamente en el lenguaje del Ministerio del Interior. ³
La descontrucción no pretende rechazar directamente y a priori las nociones de la metafísica occidental, ya que si prescindimos de ellas se hacen ininteligibles las cuestiones que pretendemos abarcar; sólo podemos quemar el puente una vez que lo hayamos atravesado. Y ya que no se puede hablar contra la razón sólo quedan dos alternativas. Se puede intentar no decir nada que pueda ser interpretado o absorbido por ningún sistema conceptual; o utilizar una estrategia, jugar dentro del tablero de la razón. Es esta opción la que decide realizar Derrida: la del doble juego, respetar las reglas del juego de la razón pero con la intención de tenderle trampas y exponer sus fisuras. Posicionarse estratégicamente dentro del sistema, simulando.
Por lo tanto, la descontrucción no es una estrategia de destrucción de las nociones tradicionales de la filosofía ni de sus dicotomías clásicas. Trata de la difícil tarea de situarse en el interior de los sistemas para revelarnos la cara oculta de los filosofemas, lo que no muestran pero contienen ineludiblemente. Pero la tarea no se acaba ahí, hay que modificar los conceptos que constituyen la base de nuestra filosofía desde su propio seno, transformándolos, jugando con ellos, desplazándolos, invirtiéndolos, volviéndolos contra sus presupuestos y encajándolos en cadenas de significación ajenas. Todo esto se puede hacer porque el lenguaje filosófico lo permite, porque la constitución de los conceptos es heterogénea.


Las fases de la estrategia

La estrategia, aún con la advertencia que nos hace Derrida de que no puede considerarse un método a seguir inequívocamente, opera aproximadamente de la siguiente forma.

La fase de inversión
En esta fase de la estrategia desconstruccionista se pone en manifiesto los distintos pares dicotómicos presentes a lo largo de la historia de la filosofía, así como sus presupuestos metafísicos y su carácter paradójico. Se sobrevalora aquella parte de la dicotomía que ha sido infravalorada hasta ese entonces, un ejemplo de esto es la prioridad que le da a la escritura por sobre el habla. La intención no es crear una nueva jerarquía ni neutralizar las oposiciones, sino transformar la estructura y el valor mismo de la jerarquía. ¿Qué valor puede tener una jerarquía si es pasible de ser invertida?

La fase de desplazamiento

Los términos invertidos en la fase anterior son restituidos a la cadena de palabras, modificando la significación de todo el texto. Estos conceptos que han sufrido ambas fases de la estrategia han sido transformados a nuevos conceptos, o mejor dicho “cuasi-conceptos”. En este punto se separa de la pretensión hegeliana; no se desprende un tercer término sintético del par de contrarios, sino que estos términos quedan siempre sin resolverse por la síntesis dialéctica. De hecho, la diferencia queda inasimilable por ningún sistema y por eso cumple la función de dejar abierta la interpretación, la relectura y también la reescritura continua. Ejemplos de conceptos no asimilables son algunos términos que Derrida acuña como archi-escritura, huella, différance, espectros, etc y que los considera como indecibles justamente por ser irreductibles a esquemas establecidos. Es que no son conceptos, ya que no tienen un significado único e inequívoco y, a su vez, escapan al binarismo dicotómico con el que frecuentemente se mueve la metafísica occidental.


Dentro y fuera de texto

La inversión en la jerarquía no se aplica solamente a términos dicotómicos, también se aplica a la lectura e interpretación de textos. Derrida toma un elemento marginal de un texto, como una nota a pie de página, o una obra que es considerada menor, y lo posiciona como punto central de la lectura. De manera análoga a cuando jerarquiza un concepto infravalorado de una dicotomía, aquí también parece aplicar lo que denomina la lógica de la suplementariedad, en este caso al sobrevalorar lo marginal para mostrar que no hay nada que sea de por sí carente de importancia o despreciable. También en este caso, al elevar el papel de lo marginal, hay que tener cuidado de no priorizar demasiado la obra antes menospreciada y, de esa forma, consolidar un nuevo centro de lectura. Es que el objetivo de esta inversión es, justamente, descentralizar ¿Qué significa un centro si lo marginal puede ser central?
Esta semejanza entre la inversión en el ámbito de los conceptos y en el de los textos se debe, a mi parecer, a que aquello que se ha dicho sobre la significación de las palabras se extiende a los textos y obras. Es decir, que mientras los conceptos no son atómicos y se conectan ineludiblemente entre sí a través de cadenas de significación, los textos tampoco se agotan en sí mismos ni se refieren solamente a sí, sino que remiten a otros en una cadena textual. Es que no existe un adentro y un afuera del texto, todo puede ser considerado para la lectura o interpretación, desde datos biográficos a otros textos que no tengan, en principio, ninguna conexión. Es que si no hay una esencia del texto, no hay forma de definirlo, de delimitarlo, de aquí que no hay fuera del texto.
Esto significa, por una parte, que, al igual que quien argumenta no puede huir de la razón, quien escribe no puede situarse fuera de la lógica del lenguaje y, por lo tanto, tampoco fuera de su propio texto. Es decir, no puede conocer en sentido estricto todo lo que hay para conocer de su obra. No hay una interpretación que sea la correcta, ni siquiera la de quien crea la obra. Pero esta afirmación se escapa de los límites de la lectura de un texto, tiene alcance para toda interpretación, incluso la percepción, porque al no haber esencias sólo quedan huellas. Entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética. (F. Nietzsche, Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral)


La intención de la estrategia desconstruccionista es, en parte, explicitar las paradojas, tensiones y contradicciones internas al sistema de la filosofía. Pero, de ninguna manera intenta esbozar el sentido o la interpretación correctos, tampoco una superación, en el sentido hegeliano. Derrida también rechaza la interpretación del descontruccionismo como neutralizador. Tanto elegir el lado infravalorado de una dicotomía como neutralizarla, es dejar en el esquema las cosas como estaban, suscribirse a los esquemas anteriores y elegir partido dentro de él. Lo que pretende la estrategia derridiana es generar espacios, intervalos, en los cuales poder dar una nueva interpretación. La constitución de los sentidos es heterogénea, discontinua, originada en la différance, hay que explicitar estos espacios entre conceptos para poder construir una nueva metafísica en las grietas de la tradicional.



Notas
  1. J. Derrida, La Différance.
  2. Ídem
  3. J. Derrida, La Escritura y la Diferencia.
Bibliografía

  • La Différance, J. Derrida. (Conferencia incluida en Márgenes de la filosofía), Traducción de Carmen González Marín (modificada; Horacio Potel), Cátedra, Madrid, 1998. Edición digital de Derrida en castellano.
  • La escritura y la diferencia, J. Derrida. Traducción de Patricio Peñalver, Anthropos, Barcelona, 1989. Edición digital de Derrida en castellano.
  • Notas sobre Desconstruccionismo y Pragmatismo, J. Derrida. (Descontrucción y Pragmatismo) Traducción de M. Mayer en, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 151-169. Edición digital de Derrida en castellano.
  • El estructuralismo: de Levi-Strauss a Derrida, A. Bolivar Botia, Ed. Cincel, Madrid, 1990.
  • J. Derrida: la Estrategia de la Descontrucción. L. de Santiago Guervás, Conferencia pronunciada en el Colegio de Arquitectos de Málaga, 31 de Marzo de 1995.

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