martes, 8 de diciembre de 2009

JORNADAS DE FILOSOFÍA 10-11 DE DICIEMBRE 09

en FACULTAD de HUMANIDADES y CS. de la EDUCACIÓN
Magallanes entre Uruguay y Paysandú (Montevideo)


entrada libre


PROGRAMA DEFINITIVO

jueves 10

Jueves 10 de diciembre de 2009

15.30 hs. Presentación de las Jornadas. Bienvenida.
15.45hs. Ponencia colectiva de estudiantes. Ana Lía Singlan, Diego Lois, Pilar Trujillo y Nicolás Jara: “De la visión y enigma: polizones en el barco de Zaratustra”
16.15hs. PONENCIAS LIBRES:

Victoria Lavorerio: “El yo en el budismo”

Luciano Silva: "Un episodio del derrumbe de la correspondencia: el hondazo"

Washington Morales: “Un especial paralogismo con rasgos de error categorial: la falacia epistémica. Vínculos entre la epistemología y la teoría de la argumentación.”

18 hs. Fernando Gutierrez: “El mito europeo”

Rodrigo Eugui: “A la búsqueda del amor perdido”

Christian Burgues: “Hacer el bien y hacer el daño. Dios protector y su elenco de angelitos: lección, intervención, valoraciones”

19.45 hs. FILOSOFÍA Y SOCIEDAD

Horacio Bernardo: “Filosofía en el Uruguay: actualidad y después”

Jacqueline Fernández: “Extensión y filosofía”


viernes 11

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viernes 11 de diciembre de 2009

15.30 hs. FILOSOFÍA POLÍTICA

Fernanda Diab: “Condiciones para un proyecto igualitario”

Presentación de Revista Poliata

16.20 hs Taller de discusión
17.25 hs. FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN

Héctor Altamirano: “Repensando la educación”

Juan Royes: "Aprendiendo a Pensar: Filosofía para Niños"

18.40 hs. Andrea Díaz – Taller de discusión
19.45 hs. FILOSOFÍA Y SOCIEDAD

Lía Berisso “Filosofía y Sociedad en el Uruguay de hoy:

Nuestra Filosofía"

Ricardo Viscardi "Las humanidades y la universidad en la globalización: interrogantes en torno a "La universidad sin condición" de J. Derrida"



lunes, 9 de noviembre de 2009

Jornadas de Filosofía (Diciembre 2009), bases

CLINAMEN organiza Jornadas de Filosofía el Jueves 10 - Viernes 11 de Diciembre. Se agruparán en mesas temáticas con las siguientes pautas:

* Filosofía y Sociedad (extensión, educación y otros)

* Ponencias libres (se pueden adaptar monografías)

Para participar como expositor se debe presentar un
abstract hasta el 27/11 de 300 palabras.

Las
ponencias escritas deben presentarse hasta el 3/12. Tendrán hasta 12 carillas, Times New Roman tamaño 12, justificado, bibliografía y abstract incluido.

Incluir en el Abstract y la Ponencia Nombre y Apellido, si es estudiante, docente o egresado y aclaración de la Institución a la que pertenece.

Seremos benevolentes con la entrega de la ponencia (puede entregarse unos días después), pero al menos un par de días antes para leerla! :)

Se realizará en FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN (UdelaR): Magallanes entre Uruguay y Paysandú, Montevideo.

La hora de comienzo y el programa estará unos días antes, pero adelantamos que se realizará a partir de la media tarde hasta la noche.

Certificado de asistencia: para recibir tu certificado, mandanos un mail especificando si serás expositor o participante.

Las Jornadas de filosofía congregarán estudiantes, egresados y docentes. Habrá mesas temáticas, ponencias libres, taller y presentación de proyectos.

Cualquier consulta, envío de ponencia o para solicitar certificado: publicaciondeestudiantes@gmail.com

lunes, 28 de septiembre de 2009

Una invitación al vacío, útero de la filosofía (Serás quien te dejes ser)(1) (Julio 2009)

Christian Burgues“Interrogar e interrogarse filosóficamente supone hacer propia aquella molestia o insatisfacción…, frente a posibles respuestas, y esto es ya iniciarse en el filosofar.”(2)

Para la filosofía (en tanto disciplina a experimentar y no conservatorio de pensamiento), las preguntas hallan más valor que sus respuestas. Porque son estas las que logran movernos, las que movilizan. Porque el confort de una aparente solución nos acolchona en la pasividad de no estar angustiados; de no poseer carencias. Por ello cuando se nos pregunta: ¿qué se le puede regalar a alguien que lo tiene todo? , podríamos sugerir: una pregunta filosófica. Estas preguntas no abandonan tan fácilmente la sorpresa, siempre se puede desenvolver un poco más, siempre habilitan el repreguntar; siempre guardan lugar para otro, ¿por qué? Es un regalo que permanece, y que contrariamente a gastarse se renueva con su uso.

“Considero que lo que mueve a filosofar es el desafío de tener que dar cuenta, permanentemente, de una distancia o un vacío que no se termina de colmar…Y enseñar, o intentar transmitir la filosofía, es también -y antes que nada- un desafío filosófico, porque en la tarea de enseñar nos vemos obligados a vérnosla con ese vacío e intentar reducir, cada uno a su manera, aquella distancia que busca un sentido.”

Comprender la clase de filosofía desde estos parámetros, vuelve imposible el acto de poder predecirla, porque habilitar el pensamiento del otro es abrir una herida en la omnipotencia docente. Es en cierto punto perder el control, desligarnos de lo obvio y repetido; y en consecuencia esperable. Cerletti, lejos de etiquetar esto como una “debilidad pedagógica”, contrariamente a ello, lo vive como “una fortaleza pedagógica, ya que constituye el momento en que a partir de la emergencia de lo nuevo se puede quebrar la repetición de lo mismo.”(3)

“La apuesta consiste en que puede enseñarse algo propio de la actividad filosófica en sí. Ese espacio en común tiene un punto de partida que no es necesariamente un conocimiento o una habilidad específicos sino más bien una actitud: la actitud cuestionadora, crítica y desconfiada, del filosofar. Lo que se podría comenzar por enseñar es, entonces, esa mirada aguda que no quiere dejar nada sin revisar, esa actitud radical que permite problematizar los eventuales fundamentos o poner en duda aquello que se presenta como obvio o naturalizado… La actitud cuestionadora hace propia la interrogación ¿por qué?”.(4)

Esto supone un nuevo modo de ver al alumno, que reestructura, necesariamente, también el modo de verse a sí mismos por parte de los propios docentes. Quién se puede atrever a ver en su aprendiz a un filósofo, sino es capaz de verse a sí mismo en ese rol. Los profesores e incluso los licenciados en filosofía, se postulan mediadores de o estudiosos de la filosofía, pero difícilmente vislumbren su accionar como el de un filósofo contemporáneo. Porque la tradición ha olvidado a la filosofía como una actitud que pueda ser practicada; limitándola y congelándola en un cúmulo de conceptualizaciones y un conjunto de procedimientos. La filosofía es eso, pero solo en tanto disciplina estática (contenidos y procesos). En cambio, lo desborda si se la piensa como actitud; como disciplina viva.
En una clase de filosofía hay una historia, una tradición; o más bien unas historias y unas tradiciones, que no pueden dejarse de lado. Pero tampoco pueden, únicamente ellas, colmar el cometido de dicha clase.

En este redescubrirse del docente en su rol, la filosofía sobrevive. Renace en otras geografías: las aulas. Y en relación dialéctica el aula se transmuta, porque, una práctica honesta de la filosofía se lo exige. El alumno es otro alumno distinto, el docente otro docente diferente.

Afirma Alejandro Cerletti, que: “enseñar filosofía es, por sobre todas las cosas, darle una oportunidad al pensamiento”. En consecuencia, una clase filosófica “deberá ser un espacio donde pueda irrumpir el pensar del otro”. Porque el fin de todo docente de filosofía ha de ser. “hacer de sus alumnos filósofos”. Bajo este telos educativo, los textos fuente se vuelven “herramienta central” de un proceso; “pero no un fin en sí mismos”. Comprenderlos resulta oportuno, pero no una condición necesaria para hacer del estudiante un filósofo. Porque para el autor “el aprendiz de filósofo filosofa cuando crea, cuando los conocimientos con que cuenta son reordenados a partir de una nueva manera de interpretarlos”.

El alumno, en el mejor de los casos, podrá pasar de ser, aquel que todo lo tenía (satisfacción de sus dudas, aburrimiento, entretenimiento, rutina, desinterés, conocimiento, desconocimiento) a un ser que no puede poseer más que su propia duda y un vacío donde desenvolverla.

“Creemos ayudar a los demás privándolos de ese tiempo de búsqueda, dándoles aquello que deberían encontrar por sí mismos. Practicamos entonces una pedagogía charlatana que, en lugar de suspender la explicación y hacer surgir el deseo, anticipa la demanda y mata el deseo antes de nacer.”(5)

El desafío está en poder materializar aquello que Gadamer, en “Verdad y método”, rescata como parte del espíritu hegeliano: “reconocer en lo extraño lo propio, y hacerlo familiar, es el movimiento fundamental del espíritu, cuyo ser no es sino retorno a sí mismo desde el ser otro”. Es un abrazar el mundo que se posiciona delante de mí, porque lo comprendo, lo abarco; y a través de él me redescubro, me reintegro; en superación o convivencia con la angustia de ser un ser inacabado

“El filósofo busca algo que no tiene…Desde Sócrates, enseñar filosofía es enseñar una ausencia(o, tal vez, una imposibilidad). Se puede “mostrar” como otros han deseado o “amado” la sabiduría o qué es lo que han hecho de ese deseo o ese amor. Pero, evidentemente no es posible enseñar a “amar” la sabiduría, como, por cierto, no es posible enseñar a enamorarse. Eso nos vuelca a una situación paradójica: lo esencial de la filosofía es, constitutivamente, inenseñable, porque hay algo del otro que es personal e irreductible: su mirada personal sobre el mundo, su deseo, en fin, su subjetividad.”(6)

Hay una parte, la esencial, que tiene un carácter mágico, escapa de nuestro dominio el que el otro se interese. Pero esta situación no habilita al docente al desgano, ni al olvido filosófico. Porque de producirse ese encantamiento, ese “deseo del deseo de saber”; tendrá como antesala y condición de ser, la motivación de la incógnita. Y no gestarla, no hacer de ella la invitada de lujo de la clase de filosofía, es enseñar otra cosa, pero no filosofía; si la comprendemos como praxis. Motivo por el cual el proceso es fundamento y reflejo del buen actuar. El resultado escapa del campo de dominio del docente, pero posibilitar ese hecho mágico entra dentro de su práctica. El docente conoce la llave (la duda), que abre la puerta hacia el jardín (la filosofía). Su deber es dar la llave a su aprendiz (atar a este la duda), y allí culmina. Porque solo está en manos del aprendiz lo que elija hacer con ella. Dependerá de este dejar abierta la puerta a la filosofía o cerrarla y conformarse con lo que ya poseía; quizá lo único que pueda poseerse verdaderamente.

“El amor del docente por una materia, su entusiasmo y la idea que tiene de su importancia, reclaman el mismo amor posible del discente a la materia. A través de las oportunidades y del modo como los discentes las aprovechan, éstos se forman a sí mismos como conocedores, y, a su vez, mediante su reacción y resistencia, forman a los docentes como docentes y, por consiguiente, también como conocedores.”(7)

Reaparece en esta concepción la dualidad fuerza- amor, que desde Platón en su “Alegoría de la caverna” (e incluso quizá desde siempre) atraviesa al acto educativo. La fuerza aparece en el acto desnaturalizado de llevar al prisionero (el aprehendiente) a un mundo que no conoce, que desde su acostumbramiento no desea experimentar; porque en tanto nuevo lo deja sin refugio. Un mundo que sufre, porque no se halla amoldado a él. El amor ya estuvo en esta instancia, pero de algún modo fue un amor egoísta, que se guío por lo que el maestro consideró era lo mejor para su alumno. Pero le toca luego al amor atravesar su estado más puro, más desgarrado. Allí donde el maestro vuelve a pensar a su alumno desde la libertad, pero no ya como obsequio que otorga a su discípulo sino, como elección personal del mismo. Este amor desinteresado hacia su alumno, que le permite ser: como ser libre ya de su guía. Es el momento personal del deseo, que no puede ser transferido. El docente deja de ser allí cuando su deber se ha cumplido; en ese mismo punto donde se halla el otro, que tomándolo o dejándolo, se realiza a sí mismo.

“Enseñar es poner en la antesala de desafíos que, en última instancia, son personales. Lo que corresponde al profesor de filosofía es estimular en llevar adelante ese desafío. Filosofar, entonces, es atreverse a pensar por uno mismo y hacerlo requiere de una decisión. Hay que atreverse a pensar, porque supone una manera nueva de relacionarse con el mundo y con los conocimientos y no meramente reproducirlos. Y esto implica incertidumbre. Pensar supone que hay algo novedoso que uno pone en juego. Es una actitud productora y creadora, no es meramente una reproducción o repetición de lo que hay… la filosofía, por cierto, requiere algo más.”(8)

El rol docente reclama de quien lo ejerce, mucho más que instruir al otro; porque acompañar y conquistar a quien en parte depende de nosotros para educarse es también factor necesario.

El profesor aparte del manejo de los conocimientos de su disciplina, debe junto a sus estudiantes, en la medida de lo posible surcar los caminos que acercaron a cada autor a sus respuestas o a sus interrogantes. Eso solo es posible a través de un noble compromiso con la profesión elegida, que demanda de él la inversión de tiempo y espacio para su función.

También resulta relevante que éste (el docente) se reconozca en su rol, como un ser en el mundo y que vea bajo la misma situación a sus alumnos. En tanto que resulta imposible, al menos en su totalidad, despojarnos de la realidad que nos atraviesa; hay que aprovechar al conocimiento para dialogar con ella. De este modo el alumno podrá hallar relevancia en la doctrina dada; logrando un aprendizaje significativo. Porque educar también debe ser educar para el mundo, y abrigar en la transmisión herramientas de comprensión y transformación.

Se debe además tener siempre presente que se aprende a través de otros y con otros, por tanto hay que habilitar la posibilidad de que los estudiantes nos invadan en nuestra incompletud e incertidumbre. Cuidando que esto no nos aleje de nuestro rol, exonerándonos de tener pautas claras y de principio.
Quiero decir que respetar el lugar de relevancia que cada temática tiene, y la honestidad en los límites de lo aprendido son demandas para un buen docente. Vivir el no saber lejano a una frustración, y poder vestirlo de activa instancia de reconstruirnos e insertarnos nuevamente en la curiosidad, y por qué no, junto con los alumnos.
Por eso la visión del profesor como uno más en la clase, no es del todo justa con nuestra responsabilidad. Si lo que se quiere implicar es: no despreciar al otro y apostar a un trato desde la conciliación, considero que dichos principios trascienden el rol e incluso, vienen a nosotros antes y primordialmente. Y significan cómo una persona debe de actuar, si tiene al respeto por los otros como un valor a ser ejercido.


El diálogo puede y debe ser una instancia real, en tanto dar clase no es hacer oda de los conocimientos que hemos adquirido, sino buscar que el otro también los adquiera; a través de nosotros y por ellos mismos, y en la conjunción que nos enriquece. El docente debe ser parte activa en el mismo, no se debe ver a su ausencia como condición de este. No solo debe ir complicando, además debe ir aclarando; porque las ambigüedades no son buenas ni iluminan el aprendizaje. Marcar los errores no se vivencia de modo frustrante en los alumnos (e incluso de la frustración nos podemos enriquecer) si los modos son los adecuados. Corregir es parte de la función docente, y de esto también nos debemos hacer cargo. Que el alumno investigue y que el docente explique, no son actos que se eliminen el uno al otro; si nuestra capacidad de equilibrar es idónea. La clase puede ser de los estudiantes, vivida así por ellos, y también del docente al mismo tiempo. Ambas cosas necesariamente irán de la mano, si se da lo primero se dará lo segundo; porque aquello que nos marca (con toda la implicación de la palabra), no deja de acompañarnos.

Es compromiso docente el desarrollo intelectual y por qué no, personal de los alumnos; así como el propio.
El alumno no está meses enfrente de nosotros para obtener únicamente una transmisión conceptual, tiene además la necesidad de sentir que es comprendido y que lo quieren comprender. Reclama, en justo reclamo, ser reconocido en su individualidad. No se debe dar por descontada la presencia de los estudiantes, ni sus comportamientos, ni sus intereses; todo esto hay que producirlo y sostenerlo. Por ello para transportarlos más allá de eso que siempre son (cuerpos tras pupitres) hay que motivarlos, ganarlos; pero desde ese rol que nos toca actuar: el de docente. Con lo que sabemos de la materia elegida; pero también generando puentes con lo que tendremos que aprender de quienes son ellos. Porque la labor docente no se ejerce ante seres vacíos.

Notas:

  1. Este trabajo fue realizado como parcial de didáctica 3 de IPA, exigiendo ser una reflexión sobre el ejercicio docente.
  2. Pág. 5. Cerletti, Alejandro A. Enseñar filosofía: de la pregunta filosófica a la propuesta metodológica, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2005.
  3. Pág. 3. Ibídem.
  4. Pág. 5. Ibídem.
  5. Pág. 101. Meirieu, Philippe. Aprender sí. Pero ¿cómo?, Barcelona, Octaedro, 1993.
  6. Pág. 5. Cerletti, Alejandro A. Ibídem
  7. Pág. 60.Young, Robert. Teoría crítica de la educación y discurso en el aula, Barcelona, Paidós, 1993.
  8. Pág. 6. Cerletti, Alejandro A. Ibídem.

domingo, 27 de septiembre de 2009

La “eticidad” por Mario Sambarino (Julio 2009)

Nicolas Jara

Mario Sambarino (1918Uruguay-1989Uruguay) es el autor que nos encuentra en este intersticio mediado por el siguiente esbozo de sus principales ideas. Algunos rasgos biográficos sobre Mario Sambarino: Cursó estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la Republica. De 1944 al 1965 fue profesor de Filosofía en el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo (I.A.V.A.) y profesor en el departamento de Filosofía del Instituto de Profesores "Artigas" entre 1950 y 1965. De 1963 a 1973 estuvo al frente del departamento de Filosofía de la Práctica en la Facultad de Humanidades y Ciencias. En 1974, se exilió en Venezuela y se vinculó al Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y se desempeñó como profesor en la Universidad Católica Andrés Bello. En 1984 regresó a Uruguay.

Sambarino nos presenta desde su segundo escrito édito “Investigaciones sobre la estructura aporético-dialéctica de la eticidad” (Montevideo: 1959), un recorrido por los múltiples modelos Morales y Éticos de nuestra cultura occidental, marcados por una claridad expositiva y una densidad de riqueza de pensamientos originales, donde se nos plantea la resignificación tales modelos Morales y Éticos con su tesis del “ethologismo” Nos plantea la “investigación” de los conceptos tradicionalmente ligados con la interpretación-estimación del comportamiento humano. Estamos invitados a un examen crítico de los fundamentos de las ciencias de la cultura: La función ético-social del ethos.

Ethos.- “Entenderemos por éste la concreta vigencia de un orden jerarquizado de valiosidades por el cual se determina un comportamiento, en tanto ese orden se hace presente a una (escala axiologica) con un cierto modo de eticidad.”; “El mismo orden axiológico adquiere una significación diversa según el modo de eticidad en cual es dado” (“Investigaciones sobre la estructura aporético-dialéctica de la eticidad” Pág. 57)

"Preferimos entonces distinguir los conceptos de “eticidad” y de “moralidad”, teniendo aquél el sentido genérico de comportamiento regulado constitutivo de un estilo de vida, sean cuales fueren los criterios de autojustificación y enjuiciamiento, otorgándole al segundo el alcance especifico de comportamiento regulado cuyo contenido se enlaza esencialmente con la idea de probidad” (Investigaciones…Pág. 32

El agente que describe Sambarino tiene la característica de poseer una conciencia moral cotidiana, conciencia de sus vivencias que no parte de un cuestionamiento previo sobre los valores que pone en práctica, ya que los encuentra vigentes. La conciencia existe en complejos de situaciones valoradas, la mayoría de las cuales se vivencian no-reflexivamente.

“Tanto ella (la cotidianidad ética) como la moralidad común que en su seno prefine su ámbito permanecen ajenas a toda aporía radical, y en ningún momento son verdaderamente polémicas ni críticamente indagadoras del sentido de la validez presunta de sus evidencias, empeñándose en permanecer aproblemáticas con una equivoca ingenuidad” ( Investigaciones … Pág.10)

Sambarino presenta una aporía entre vigencia y validez (“Aporía” brevemente, es una contradicción que se intenta dar resolución, conflicto que no se puede superar): En el ser apercibido de un valor se da, orgánicamente, su vigencia y su validez. No hay instancia previa al estar en un ethos, capaz de deslindar entre vigencia y validez. He aquí la mayor aporía, una vía sin salida.

La conciencia moral cotidiana no puede percibirse, pensarse y actuar sin adquirir otros valores vigentes interpretativos-estimativos, que es la condición que posibilita comprender a otros o a sí mismo. Toda interpretación se funde en la intencionalidad de comprender, la cual es a una con un cierto temple de ánimo, es afectivo. Para pensar o para escribir se precisa una disposición del ánimo y de la afectividad, en la que nos ejercitamos y a la que consideramos de algún modo valiosa.

Como individuos culturales estamos ontológicamente determinados por procesos históricos- contextuales, porque no existe ninguna acción, sea individual o colectiva, que no sea interpretativa-estimativa. Por tanto, cualquier comportamiento (en el sentido más amplio de la palabra) se encuentra axioasignado. Por lo cual, el sentido de un comportamiento es inseparable del valor que se le atribuye. No hay punto arquimediano en los Hombres que esté sobre las “modalidades hermenéutico-experienciales de la eticidad”:

“Los momentos de eticidad no son aprehendidos en la instancia vital según la vaciedad formal de una pura estructura; no se dan indeterminados en cuanto a su ser y valer, para ser después interpretados; su presencia va conjunta con su estimación, pues siempre constituyen ya momentos de tal o cual modalidad” (Investigaciones…Pág. 60)


Para Sambarino existen modalidades fundamentales de eticidad “…dichas modalidades son formales en cuanto a su contenido axiológico, de suerte que múltiples órdenes jerárquicos de valores pueden mostrarse en un mismo tipo modal.” “… allí donde la culpa sea experienciada como un mero error, el arrepentimiento tendrá una significación muy distinta- y hasta contrapuesta en su ser y valer- que la que tendrá cuando aquella sea vivida e interpretada como caída voluntaria en algún mal prohibido.” (Investigaciones. Pág.59)

Hay una deducción de las formas posibles de eticidad porque existen conexiones legales de coherencia que forman una verdadera unidad estructural, configurativa de un estilo hermenéutico. Se nos presentan cuatro modos hermenéuticos-experienciales:

“ … pues un agente se determina éticamente por razón de sí o por razones de otra cosa; en el primer caso puede actuar por razón del ser que ya es como ocurre con quien está en posición de una excelencia, o por razón del ser que prefiere ser ( con independencia de todo orden extrínseco de valores); el segundo caso puede determinarse por razón del fundamento que otorga el ser que se es( y así acontece con quien aspira a aquella sabiduría que, por la causa de donde lo que es proviene, le haga comprender el sentido de su estar), o por razón del ser, en tanto éste es realizándose en el cumplimiento de un fin que obliga.”(“Investigaciones…Pág. 62)

Este pequeña exposición del pensamiento de Mario Sambarino genera interrogantes del tipo teórico: Si todo comportamiento está estructurado por modelos hermeneuticos-experienciales, ¿Cuál de los modos está rigiendo al autor? ¿Existen otros tipos de modalidades, además de las planteadas? ¿Qué tipo de relativismo nos presenta Mario Sambarino? El descriptivo: las ideas y reglas morales de un individuo, grupo o sociedad son diferentes de las de otros, es un relativismo más cultural que ético. Se limita a constatar lo que hay, sin llegar a conclusiones de alcance normativo. El normativo (lo que es bueno para unos no lo es para otros, entra de lleno en el plano del pronunciamiento moral. Tampoco el relativismo moral absoluto acepta que un mismo canon tenga sentidos diferentes, pero la norma subsiste “No mataras!!! No robaras!!!” ) El metaética: las ideas y reglas morales de un hombre o sociedad no pueden confrontarse con las de otros individuos, grupos o sociedades. Cada norma sería buena por si misma. No es una mayor que otra, pues todas son incompatibles. Todas las opciones tenidas como válidas lo serían, aún siendo contrarias entre si. Lo bueno depende del ámbito concreto de pensamiento y acción donde se formula.

Y otras interrogantes de carácter más práctico ¿Qué modelo hermenéutico-experiencial es la que corresponde al estudiante universitario y el de cada facultad? ¿Qué modelo hermeneutico-experiencial proponen los medios masivos de comunicación? ¿Qué modelo hermeneutico-experiencial se da en la práctica científica, educativa, extensionista?
Respuestas que darán un poco de luz sobre cómo estamos construidos, para luego poder desarmarnos y “elegir" (tarea difícil) cómo deseamos ser, estar, cambiar este mundo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Cerebros en Cubetas (Julio 2009)

(Traducción de artículo "Brains in a Vat" en Stanford Encyclopedia of Philosophy, de Tony Brueckner)


(Hilary Putnam)


La hipótesis escéptica de que uno es un cerebro en una cubeta con experiencias sistemáticamente engañosas se basa en la hipótesis el Genio Maligno cartesiano, de acuerdo a la cual uno es víctima de error constante inducido por un ser con poderes divinos que nos engaña. El escéptico sostiene que no se sabe que la hipótesis de “ser cerebro en una cubeta” es falsa, ya que de ser verdadera, la experiencia sería tal cual es ahora. Por lo tanto, de acuerdo al escéptico, no podemos conocer ninguna proposición concerniente al mundo externo (proposiciones que serían falsas de ser verdadera la hipótesis).

Hilary Putnam elaboró una posible refutación de una de las versiones de la hipótesis de “ser cerebro en una cubeta” basada en el externalismo semántico. Esta postura sostiene que los significados y las condiciones de verdad de nuestras afirmaciones, y los contenidos de nuestros estados mentales intencionales, dependen del medio, externo y causal. Este artículo se concentra sobre todo en evaluaciones de Putnam que parecen demostrar que uno puede saber que no es un cerebro en una cubeta.

1. La hipótesis escéptica y el argumento escéptico

El escéptico cartesiano propone varias hipótesis escépticas lógicamente posibles para que tomemos en consideración, como ser que ahora estés simplemente soñando estar leyendo un artículo enciclopédico. La hipótesis del Genio Maligno más radical, es la siguiente: Habitas en un mundo constituido sólo por ti y el Genio Maligno, dotado de poderes divinos y empecinado en engañarte. En el mundo del Genio Maligno, no existe nada material, y todas tus experiencias son causadas directamente por él. Por lo que tus experiencias, que aparecen como representantes de un mundo material externo (incluyendo tu cuerpo), dan lugar a creencias sistemáticamente erróneas acerca de tu mundo (como que en este momento estás leyendo una revista). Algunos filósofos niegan que la hipótesis del Genio Maligno sea lógicamente posible. Los materialistas, que sostienen que la mente es un sistema físico complejo, niegan la posibilidad de un mundo como el del Genio Maligno, dado que, desde esta postura, tu mente no podría existir en un mundo inmaterial. Consistentemente, un escéptico moderno nos hará considerar una hipótesis escéptica actualizada compatible con el materialismo. Tomemos en cuanta la hipótesis de que seas un cerebro sin cuerpo flotando en una cubeta de fluidos nutritivos. Este cerebro está conectado a una supercomputadora cuyo programa produce impulsos eléctricos que estimulan al cerebro del mismo modo en que los cerebros normales son estimulados al percibir objetos externos habitualmente. (La película “The Matrix” nos muestra cerebros con cuerpo que son estimulados de esta manera, mientras flotan en cápsulas). Si eres un cerebro en una cubeta, entonces tienes experiencias que son cualitativamente indistinguibles de aquellas que tiene un cerebro normal. Si llegas, basándote en las experiencias inducidas por la computadora, a creer que estás mirando un árbol, entonces caíste en un lamentable error.




Tras haber bosquejado esta hipótesis, el escéptico lanza un reto: ¿Puedes descartar la posibilidad descrita en ella? ¿Puedes saber si la hipótesis es falsa? Ahora el escéptico argumenta del siguiente modo. Elige una proposición P cualquiera concerniente al mundo externo, que creas saber:

1. Si sabes que P, entonces sabes que no eres un cerebro en una cubeta.
2. No sabes que no eses un cerebro en una cubeta. Luego,
3. No sabes que P.

La premisa (1) está justificada por el principio según el cual el conocimiento se cierra si se conoce la implicación.

(PC) Dados S, q y r. Si S sabe que q y S sabe que q implica r, entonces S sabe que r.

Como sabes que P implica que no eres un cerebro en una cubeta (por ejemplo, sea P = Estás leyendo esta revista), por (PC) sabes que P sólo si sabes el consecuente de la implicación: No eres un cerebro en una cubeta. La premisa (2) está Justificada por considerar que tus experiencias no te permiten discriminar entre las hipótesis de que no seas un cerebro en una cubeta (sino mas bien un humano normal) y que seas un cerebro en una cubeta. Tu experiencia sería la misma sin importar cual de las hipótesis fuera verdadera. Luego, no sabes que no eres un cerebro en una cubeta.

2. Los CECs de Putnam y el argumento disyuntivo

En una discusión famosa, Hilary Putnam nos hace considerar una versión particular de la hipótesis de cerebros en cubetas. Imagina que eres un cerebro en una cubeta en un mundo en el cual los únicos objetos son cerebros, una cubeta, y un laboratorio que contiene super computadoras que estimulan esos cerebros encubetados. Yendo aún más lejos, imagina que esta situación ha acaecido totalmente por azar, y los cerebros han estado siempre allí. Ningún neurocientífico malvado o máquina renegada ha causado la situación. Llamemos a este cerebro tan particular un “CEC”. Un argumento escéptico tal como el comentado anteriormente puede formularse utilizando la hipótesis de CEC.

Tomando la perspectiva de la primera persona, Putnam sugiere que yo puedo establecer que no soy un CEC apelando sólo a consideraciones semánticas – consideraciones concernientes a la referencia y la verdad. Esto invalidará la versión CEC del argumento escéptico.

Putnam genera sus consideraciones semánticas anti-escépticas de la siguiente manera. Suponte que no hay árboles en Marte y que un marciano forma una imagen mental que luce exactamente como una de mis imágenes de árbol al percibir una mancha de pintura que accidentalmente se parece a un árbol. La intuición de Putnam es que la imagen mental del marciano no es una representación de un árbol. Esto se debe a la falta de algún tipo de conexión causal entre la imagen y los árboles (incluso, supondremos, de alguna conexión causal menor como ser la interacción con un visitante terrícola que hubiera visto árboles). Si yo fuera un CEC mi imagen mental asemejada a un árbol no sería más representación de un árbol que aquella del marciano. Ninguno de los dos tendría el tipo de contacto causal con los árboles que se requiere para que nuestras imágenes se refieran a árboles. El mismo razonamiento se aplica a cualquier instancia de la palabra “árbol” que pudiera llegar a ser proferido (o pensado) por el marciano y por el CEC. (Al hablar de CECs, usaremos “proferir” significando, de hecho, “creer proferir”, ya que un CEC no puede hablar ni escribir, sino que sólo se cree hablando o escribiendo. Consideraciones similares se aplican a “hablar”.)

Si no refiere a árboles, ¿a qué refiere cada instancia de “árbol” del CEC? Putnam ofrece tres posiblilidades:

i. a “árboles-en-la-imagen” (Considero que por “la imagen” Putnam entiende la sucesión de experiencias tenidas por el CEC),
ii. a los impulsos eléctricos que estimulan el cerebro y lo hacen tener experiencias coincidentes con las tenidas por un humano normal cuando ve un árbol, y
iii. a las funciones del programa de informático que son causas responsables de los estímulos descritos en (ii) y, luego, de las experiencias especificadas en (i).

En condiciones naturales (la asignación de referencias pre-Putnam que uno haría al estudiar el valor veritativo de una proferencia de un CEC tal como: “Aquí hay un árbol”) sostendríamos que el uso de “árbol” del CEC refiere a árboles y, entonces, que su instancia-oración es falsa, ya que no está cerca de un árbol. Sin embargo, en cada una de las asignaciones de referente propuestas por Putnam, la oración instancia resulta verdadera (siempre y cuando el cerebro esté siendo de hecho estimulado de forma tal de tener experiencias exactamente iguales a aquellas sufridas por un ser humano normal al ver un árbol y de que la estimulación esté siendo causada por los impulsos eléctricos apropiados generados por las funciones del programa informático). Tomando en cuenta (i), por ejemplo, la proferencia “Aquí hay un árbol” del CEC es verdadera si y solo si el CEC está teniendo experiencias como las que tendría estando cerca de un árbol.

Llamemos a estas consideraciones sobre la referencia y la verdad externalismo semántico. Esta visión niega un postulado crucial del cartesianismo sobre la mente y el lenguaje, a saber: que las oraciones de un CEC expresan creencias sistemáticamente equivocadas acerca de su mundo, las mismas creencias del contraparte normal del CEC, con experiencias coincidentes. Por el contrario: las proposiciones del CEC difieren en la referencia y las condiciones de verdad (y, consecuentemente, en significado) de aquellas de su contraparte normal. Sus proposiciones expresan creencias que son verdaderas en su extraño mundo de cubetil. Las diferencias semánticas entre las proposiciones usadas por el CEC y aquellas usadas por su contraparte normal se originan en las diferencias en sus contextos externos y causales de los seres.

La opción (iii) da la asignación de referente más plausible en términos externalistas semánticos a las palabras del CEC, ya que las funciones recurrentes del programa que sistemáticamente provocan las experiencias “árbolescas” del CEC juegan un rol causal con relación a los usos de “árbol” del CEC, que es análogo al rol causal jugado por los árboles con relación a los usos humanos normales de “árbol”.

Tomando en cuenta el punto (iii) y algunas de las observaciones de Putnam podemos reconstruir el Argumento Disyuntivo (de ahora en más “AD”) que sigue, el mismo apunta a establecer que yo no soy un CEC. SI AD resulta exitoso, entonces podemos dar respuesta a un argumento escéptico que suponga la hipótesis de CEC, hipótesis que comparte la forma del argumento cartesiano (1) – (3) antes descrito. Si resulta exitoso, entonces genera el conocimiento de que no soy un CEC. Entonces tendríamos una respuesta al desafío escéptico de que, dado que yo no sé que no soy un CEC, entonces no sé ninguna proposición P dirigida al mundo externo.

Permítasenos usar “español cubetil” para referirnos al lenguaje del CEC, “cerebro*” para designar a las características del programa de computadora que causan experiencias en el CEC cualitativamente indistinguibles de las representaciones que los cerebros se hacen de experiencias normales y establezcamos “cubeta*” para hablar de las características del programa que producen experiencias cualitativamente indiscernibles de las experiencias normales que representan cubetas. Un CEC, entonces, no es un cerebro* en una cubeta*: Un CEC no es una cierta función de un programa ubicada en otra cierta función de un programa de otra computadora. El AD es el que sigue:

a. O bien soy un CEC (hablando español cubetil) o soy un no-CEC (y hablo castellano)
b. Si soy un CEC (hablando español cubetil), entonces mis proferencias de “Soy un CEC” son verdaderas si y solo si soy un cerebro* en una cubeta*.
c. Si soy un CEC (hablando español cubetil), entonces no soy un cerebro* en cubeta*.
d. Si soy un CEC (hablando español cubetil), entonces mis proferencias de “Soy un cerebro en cubeta” son falsas. [(b),(c)]
e. Si soy un no-CEC (y hablo español), entonces mis proferencias de “Soy un CEC” son verdaderas si y solo si soy un CEC.
f. Si soy un un no-CEC (y hablo español), entonces mis proferencias de “Soy un CEC” son falsas. [(e)]
g. Mis proferencias de “Soy un cerebro en cubeta” son falsas. [(a), (d), (f)]

El AD se queda corto a la hora de darnos el rersultado deseado, es decir una prueba de

(no-ES) No soy un CEC

Para llegar a establecer (no-ES) necesitamos algunos pasos adicionales:

(h) Mis proferencias de “No soy un CEC” son verdaderas.

(T) Mis proferencias de “No soy un CEC” son verdaderas si y solo si no soy un CEC.

(no-ES) se sigue de (h) y (T). El paso (h) se sigue de (g) basándose en asunciones naturales sobre la negación, la verdad y el citar, pero (T) es problemático en este contexto anti-escéptico. La asunción (T) parece incurrir en una petición de principios en contra del escéptico. El escenario en el externalismo semántico de Putnam es este: si soy un un no-CEC (y hablo español) entonces (T) es la forma correcta de enunciar las condiciones de verdad de mi juicio “Soy un CEC”, usando la herramienta del descomillado; pero si por el contrario yo soy un CEC (hablando español cubetil), entonces la curiosa manera de enunciar las condiciones de verdad de mi sentencia es la dada en (b) del AD, donde no se usa la herramienta del descomillado. Por lo tanto, para saber que (T) es el enunciado correcto sobre las condiciones de verdad de mi proposición, necesito saber que no soy un CEC (y hablo castellano).

Pero eso es lo que se supone que el argumento anti-escéptico debía probar. De acuerdo con esta objeción, el AD complementado (el AD más (h) y más (T)) es epistémicamente circular, al entender de William Alston: el conocimiento de una de sus premisas – (T) – exige el conocimiento de la conclusión.
3. Argumentos Simples

Consideremos otras dos reconstrucciones del pensamiento de Putnum en lo que concierne a los CEC.

Argumento Simple 1 (“AS1”):

A. Si soy un CEC entonces mi palabra “árbol” no se refiere a árboles.
B. Mi palabra “árbol” se refiere a árboles. Luego,
C. No soy un CEC. [(A), (B)]

Discutiremos (B) más adelante. La premisa (A) proviene del externalismo semántico de Putnam, como vimos más arriba. Las consideraciones del AD que versan sobre las condiciones de verdad de las proposiciones del CEC están arraigadas en preferencias sobre la referencia como (A): como las palabras del CEC difieren en sus referentes de aquellas de un hablante normal, las proposiciones del CEC consecuentemente difieren en sus condiciones de verdad de aquellas de un hablante normal.

Las diferencias semánticas recién mencionadas llevan a diferencias a nivel de contenidos del pensamiento que se exploran en el argumento que sigue, Argumento Simple 2 (“SA2”):

D. SI soy un CEC, entonces no estoy pensando que los árboles sean verdes.
E. Estoy pensando que los árboles son verdes. Luego,
F. No soy un CEC

Discutiremos (E) más adelante. Con respecto a (D): dado que la palabra “árbol” del CEC no se refiere a árboles cuando usa la expresión “Los árboles son verdes” como vehículo para pensar un pensamiento, su pensamiento no tiene el contenido de que los árboles sean verdes. Más bien, tienen algún contenido relacionado con árboles*, siendo esto las funciones del programa informático que causan en el CEC experiencias que son cualitativamente indiscernibles de las experiencias normales que representan árboles. Quizá el contenido sea algo como esto: la función del programa que causa experiencias “árbolescas” está asociada con otra función del programa que causa experiencias que son cualitativamente indistinguibles de las experiencias normales que representan a los objetos siendo verdes.

El AS2 resalta la conexión entre el externalismo semántico y la mente. No sólo el significado, la referencia y la verdad dependen de nuestro medio externo de uno de las maneras que hemos discutido sino que, yendo aún más lejos, los contenidos representacionales de los pensamientos, las creencias, nuestros deseos y otras actitudes proposcionales de uno, también dependen de circunstancias externas a la propia mente.

Los Argumentos Simples son menos complejos que el AD, y a su vez no comprometen al anti-escéptico con la especificación de los referentes de las palabras y pensamientos del CEC. Los argumentos descansan sólo sobre el supuesto de que los referentes y los contenidos en cuestión difieren de mis referentes y contenidos. Otra ventaja de los Argumentos Simples es que parecen no pedir principios contra el escéptico , como lo hacía el AD reforzado, de forma que se sigue válidamente la concusión (ES): no soy un CEC.

Objeciones y Réplicas:

Atendamos ahora una objeción al AS1. Aunque el argumento de manera obvia no requiera conocimiento de que soy un no-CEC (y hablo español), de igual manera que el AD reforzado parecía hacerlo, su premisa (B) sí parece luego de sometida a reflexión caer en una petición de principios. En una forma corriente de entender (B), la verdad de esta premisa exige la existencia de árboles como referentes de mi palabra “árbol”. Por lo tanto, para saber que (B) es verdadera, necesitaría saber que soy un no-CEC y que vivo en un mundo que contiene árboles en lugar de ser un CEC en un mundo cubetil sin árboles. Este problema afecta también al AS2, dado que mi fundamento para sostener que puedo tener pensamientos sobre árboles mientras que un CEC es incapaz es en última instancia la afirmación de que las palabras que usamos para expresar nuestros pensamientos difieren en sus referencias (árboles versus cosas que no son árboles, tales como árboles*).

El AS1 puede ser modificado de forma tal de superar esta objeción:

A*. Si soy un CEC, entonces- si mi palabra “árbol” refiere- no es el caso que se refiera a árboles.

B*. Si mi palabra “árbol” refiere entonces se refiere a árboles. Luego,

C*. No soy un CEC.

La premisa (A*) proviene del externalismo semántico. Repostulemos (B*): no se requiere conocimiento de que hay árboles en mi mundo para justificar esta premisa. Pero aún existe un problema. Para poder saber (B*), ¿no necesito saber que soy un no-CEC (y hablo español), de forma tal de poder usar la herramienta del descomillado al establecer los referentes de mis palabras (si es que ellos tienen referentes)?

Una preocupación similar puede desarrollarse a la vista del AS2. Para saber su segunda premisa, (E), necesito saber que estoy pensando. Pero si soy un CEC, entonces uso la proposición “Los árboles son verdes” para expresar algún pensamiento concerniente a árboles*. Por lo tanto, para poder saber qué estoy pensando (y saber que estoy pensando que los árboles sean verdes), parece necesario que sepa que soy un no-CEC teniendo un pensamiento con contenidos extraños.

Una respuesta razonable a la arriba mencionada objeción al AS1 Modificado es la que sigue. Antes de trabajar con el AS1 Modificado, yo no sé si soy o no un no-CEC (y hablo español) o un CEC (y hablo español cubetil). Pero sé algunas cosas sobre mi lenguaje (sea lo que sea y lo esté hablando dondequiera que sea). Como resultado de conocer el significado de “refiere” y el uso de las comillas, sé que el descomillado puede ser aplicado correctamente a cualquier término de mi lenguaje que tenga éxito al referir, procediendo de la manera indicada por (B*) para mi palabra “árbol”. Esto es conocimiento a priori de las características semánticas de mi propio lenguaje (ya sea este español o español cubetil). Sé (A*) en virtud de mi a priori, del conocimiento filosófico de la teoría del externalismo semántico y de cómo se aplica en el caso del CEC. Sabiendo (A*) y (B*) puedo deducir a sabiendas que no soy un CEC.

Una respuesta similar a la objeción a AS2 hecha anteriormente es que tengo conocimiento de mi propia mente que no se basa en la experiencia. Puedo adquirir el conocimiento de que estoy pensando que los árboles son verdes via introspección. Tomando este auto-conocimiento junto con mi a priori, el conocimiento filosófico de la primer premisa del AS2 – (D) – (conocimiento basado en mi entendimiento del externalismo semántico), puedo luego deducir autorizadamente que no soy un CEC. Varios filósofos han planteado problemas para esta respuesta. Se ha sugerido que el externalismo semántico pone límites muy severos al auto-conocimiento: si no sé que no soy un CEC, entonces no sé qué contenidos tienen mis pensamientos: los contenidos normales que yo creo que poseen, o los extraños que poseen si soy un CEC. Por lo tanto, la respuesta que hemos considerado puede estar en problemas si el externalismo semántico da lugar a un escepticismo sobre el conocimiento de los contenidos como el descrito.

Las defensas de los Argumentos Simples arriba mencionadas enfatizan una restricción a los argumentos anti- escépticos: sus premisas deben ser conocibles a priori. La justificación de sus premisas no debe requerir ninguna apelación a las deliberaciones de la experiencia sensorial. Ahora el AS1 Modificado se guía por el pensamiento siguiente: el referente de la palabra “árbol” del CEC es algo extraño, a saber, árbol* (una cierta función del programa informático); pero el referente de mi “árbol” (de haber tal) son árboles; entonces no soy un CEC. Este pensamiento en cuestión descansa sobre la asunción natural de que los árboles no son funciones de programas informáticos. Pero ¿es esta asunción algo que yo sé a priori? En trabajos no relacionados con el escepticismo, Putnam ha afirmado que aunque sea necesario que los gatos sean animales (de igual forma en que es necesario que el agua sea H2O), no es cognoscible a priori que los gatos sean animales (de igual forma en que no es cognoscible a priori que el agua sea H20). Para Putnam, el concepto de gato hace posible lo siguiente: en el momento anterior a ganar conocimiento sobre su estructura interna los gatos podrían resultar ser robots. La preocupación es que de una manera similar, el concepto de árbol es tal que con anterioridad a ganar conocimiento sobre la existencia y naturaleza de los árboles los árboles podrían resultar ser funciones de programas informáticos. Si me adelanto y sostengo anticipadamente mi creencia de conocimiento a posteriori sobre los árboles, entonces, no puedo decir con justicia que en el mundo cubetil no hay árboles. En consecuencia, no sé a priori que la palabra “árbol” del CEC se refiera a otras cosas y no a cosas diferentes de árboles (en virtud de referirse a funciones de programas informáticos que son distinguibles de los árboles).

Esta objeción al AS1 Modificado puede ser contestada al concentrarse en el escenario dialéctico entre el escéptico y el anti-escéptico. El escéptico desea impugnar mi creencia de conocimiento del mundo externo al presentar una hipótesis escéptica que es incompatible con las proposiciones del mundo externo que yo creo. Estamos considerando la hipótesis escéptica ESC (= Soy un CEC). En la presente objeción a nuestro argumento anti-escéptico, la crítica escéptica socava su propia posición al sugerir que ESC es compatible con proposiciones sobre el mundo externo como ser que estoy frente a árboles verdes. Puedo ahora argumentar como sigue para responder a la actual objeción del escéptico. Sé a priori que o bien (I) los árboles son funciones de programas informáticos, o bien (II) los árboles no son funciones de programas informáticos. En la primera alternativa, el escéptico socava su propia posición general, y en la segunda, la objeción escéptica se levanta.

Otra objeción a los argumentos semánticos que hemos considerado viene a la mente cuando nos imaginamos un CEC avanzando por el AS1 Modificado. Cuando el CEC piensa pensamientos vía las proposiciones (A*), (B*) y (C), el no está, por ejemplo, pensando en árboles cuando piensa su segunda premisa. La ocurrencia de la palabra “árboles” en su premisa no se refiere a árboles sino más bien a algo más – árboles*, esto es, ciertas funciones de un programa informático. Entendida de esta manera, su segunda premisa es verdadera. Su primera premisa concierne al referente de su palabra “árbol” bajo la condición de que él sea un cerebro* en una cubeta*. Por lo tanto, la primer premisa del CEC es verdadera por tener un antecedente necesariamente falso (dado que no es lógicamente posible para él ser una función de un programa informático). Entonces la versión del CEC del AS1 Modificado es confiable. Pero él utiliza el razonamiento para probar la conclusión de que no es un cerebro* en una cubeta*, y no la de que él no es un CEC.

Surge aún la preocupación siguiente. Quizás yo soy un CEC que usa el AS1 Modificado para probar que yo no soy un cerebro* en una cubeta*, y no para el resultado deseado de que no soy un CEC. Sin embargo, esta preocupación no tiene fundamento. Si el AS1 Modificado es confiable, entonces prueba sólo lo que aparenta probar – que no soy un CEC. Tan sólo lee cuidadosamente el razonamiento mientras avanzas en él! No hace diferencia a mi situación argumentativa si alguien en Alpha del Centauro usa esas mismas oraciones con diferente significado de los míos y prueba que los muons se mueven rápidamente.

Una objeción final a los argumentos semánticos es difícil de discutir. El problema es el rango acotado de los argumentos. Éstos no pueden probar que yo no soy un recientemente descorporizado cerebro en una cubeta (como opuesto a un Putnamiano CEC). Si he estado hablando español hasta mi reciente encubetamiento, entonces mis palabras retendrán sus referentes del español (árboles, etc.-). Por lo tanto, las consideraciones del externalismo semántico de Putnam no encontrarán asidero frente a la hipótesis escéptica de que soy un flamante cerebro en una cubeta. Otra hipótesis de ser-cerebro-en-una-cubeta que queda intacta con el externalismo semántico es que yo soy un cerebro en una cubeta cuyas experiencias son azarosamente causadas por una supercomputadora: no hay conexiones causales sistemáticas, por ejemplo, entre las funciones del programa informático y mis experiencias “arbolescas” recurrentes. El externalista semántico diría que en un mundo cubetil semejante, mis palabras fallan al referir a las cosas de mi mundo, y no se pueden asignar con propiedad condiciones de verdad a mis proposiciones. Consecuentemente estas proposiciones fallan al expresar pensamientos con contenido. En esta hipótesis de cerebro en cubeta más radical, se me pide entonces, que contemple la (alegada) posibilidad de que no estoy pensando pensamientos con contenido vía proposiciones con sentido que poseen referencia y condiciones de verdad. Pero si esta “posibilidad” es tal, entonces no existe tal cosa como un argumento escéptico sobre el que estoy reflexionando. Luego, esta hipótesis radical escéptica es al final auto refutatoria.

Conclusión

Las hipótesis de cerebros-en-cubetas son cruciales para la formulación de los argumentos escépticos que cuestionan la posibilidad de conocimiento del mundo externo que son modelados en el argumento cartesiano del Genio Maligno. Hemos visto que la hipótesis de CEC puede ser refutable de manera consistente, dado el externalismo semántico y dada la asunción de que uno tiene conocimiento a priori de algunas propiedades claves de su propio lenguaje (o bien al menos, conocimiento a priori de los contenidos de los estados mentales propios). Incluso si los argumentos Putnamianos fallan al descartar todas las versiones de la hipótesis de ser cerebros en cubetas, su éxito frente a la hipótesis de ser CEC más radical sería en sí significativo. Yendo aún más lejos, estos argumentos resaltan una visión innovadora de la relación entre la mente, el lenguaje y el mundo externo.

Por bibliografía del artículo consultar en www.plato.stanford.edu

Traducido por: Elías Pérez, Juan Royes, Maite Rodríguez Apólito

martes, 18 de agosto de 2009

El sentimentalismo desde Lord Shaftesbury (Julio 2009)

Lourdes Silva




En orden de comprender y visualizar la importancia del pensamiento filosófico de los sentimentalistas escoseces, se hace imprescindible hacer hincapié en la figura de tres pensadores: Lord Shaftesbury (1671-1713), Francis Hutcheson (1694-1746) y David Hume (1711-1776), ya que es a través del desarrollo de sus teorías, que puede verse cristalizado, un modo argumentativo que consistió en introducir los sentimientos en las condiciones morales.

Shaftesbury habrá de comparar los juicios de tipo moral con el sentido de la percepción, estableciendo una relación de equivalencia entre el espectador moral, y aquel que es receptor de un acto moral. Por su parte Hutcheston, a lo largo de sus obras, propone dos perspectivas del sujeto-agente racional, las cuales se hayan muy diferenciadas entre si; a una de ellas la denomina” activa”, la misma posiciona al hombre como eje principal de fuertes inclinaciones tanto para su propio bien, como para el ajeno.La otra es la del agente racional capaz de aprobar o censurar inclinaciones y actos. Hutcheston, por otra parte, agrega a los cinco sentidos ordinarios tres más: el sentido público (felicidad para los demás), el sentido moral (percibimos el vicio en nosotros o en los otros) y el sentido de honor (cuando se es aprobado o gratificado por acciones buenas). Por último, Hume a partir del principio de simpatía, formula una aprobación moral sobre el acto de caridad que un sujeto-agente hace y que en compañía del razonamiento puede alcanzar una verdadera rectitud moral.

Es el primero de los filósofos antes nombrados el que nos convoca en esta sección.

Anthony Asheley Cooper, más conocido como el tercer conde de Shaftesbury(1), nace el 26 de febrero de 1671 en Londres. Desarrolla actividades como filosofo y político publicando varios libros, entre ellos: “Ensayo sobre el merito y la virtud” (1699), “Características de hombres, costumbres, opiniones y tiempos”, “Cartas sobre el entusiasmo” (1708) entre otros. Será Shaftesbury quien dará el puntapié inicial hacia una ética escocesa(2) sentimentalista, contraria al escepticismo moral(3). Su filosofía es una de las más claras manifestaciones de lo que se denomina naturalismo optimista, ya que creía fehacientemente que la naturaleza humana ha preparado al hombre para ser feliz, para alcanzar el bien propio, dotándole a su vez de las capacidades que le son necesarias para vivir en sociedad. Para el autor existía un sentido moral propio de la naturaleza humana, una autonomía moral, con ciertas inclinaciones, efecto de las costumbres y la educación. El trabajo de Shaftesbury consistió básicamente en trasladar a un campo laico los problemas de la filosofía ético-religiosa por el camino de una moral librada de toda ley positiva y de toda religiosidad. La fuerza de esta concepción moral no encuentra sus cimientos en las ideas innatas o en la razón sino en el sentimiento moral; de esta manera, la concepción moral tiene carácter emotivo, intuitivo, alcanzable solo mediante la racionalización de las pasiones. De acuerdo a esto último, el origen del conocimiento moral se halla en el sentimiento o en alguna clase de sentido especial, así lo han defendido fervientemente los sentimentalistas. El conocimiento racional pasa a un segundo plano en el campo de la moralidad. Sin embargo no se cree acertado afirmar, como en algunas oportunidades suele hacerse, que la presencia de lo racional en el conocimiento moral sea inexistente, ya que no deja de ser reconocida su intervención en algún grado.

Es en su obra principal: “Cartas sobre el entusiasmo”, donde desliga radicalmente la moral de su fundamento religioso, buscando una base propia e independiente. Defiende la unidad y la armonía del Universo que afecta la vida ética, de manera tan trascendente, que en la sociedad se eliminan las tendencias egoístas. Esta doctrina fue criticada por Mandeville (1670-1733), cuando en su ensayo: “Una investigación acerca de la naturaleza de la sociedad” señala que no existe una benevolencia natural del hombre hacia sus semejantes, y que son el egoísmo y la vanidad las bases de los actos llamados virtuosos. Tilda de imaginarias las ideas de Shaftesbury: “Es manifiesto, pues, que buscar ese Pulchrum Honestum es como perseguir una quimera; pero no es esta, a mi juicio, la falta mayor. Las nociones imaginarias de que el hombre puede ser virtuoso sin abnegación son una puerta ancha hacia la hipocresía, la cual, una vez que se hace hábito, no solo nos obliga a engañar a los demás sino que nos hace desconocidos para nosotros mismos(…)”(4)

Shaftesbury se considerará un “realista moral”(5),lo que hará que califique de “escéptica” toda toma de posición ética que niegue a)la existencia real del bien, b)la existencia real de las distinciones morales y c)la existencia de la virtud. Combatiendo estas éticas, el filosofo propondrá la observación de la naturaleza y el análisis sostenido de la propia mente. Toda su teoría moral hace referencia a la concepción que tiene de la naturaleza humana, a las dos condiciones que toda criatura puede poseer: la buena y la mala. La condición buena es promovida por la naturaleza y buscada por la vía de la inclinación del propio individuo, quien posee un interés por su propio bien. Como lo explica Shaftesbury en una de sus obras, el sentido moral es una inclinación natural que se refiere a lo que es bueno (correcto) y malo (incorrecto). El mismo, se encuentra presente en la persona más perversa, ya que consiste en sentir atracción hacia el bien y aversión hacia el mal. “El sentido de lo correcto y de lo incorrecto, en consecuencia, siendo tan natural para nosotros como lo es una Afección Natural en sí misma y siendo un primer principio en nuestra constitución y género, no da lugar a opinión especulativa, persuasión o creencia que sea capaz inmediatamente o directamente de excluirlo o de destruirlo”(6). Para explicar de qué manera actúa el sentido moral en su función de distinguir el bien del mal, se servirá de la comparación de los sentidos.

Shaftesbury se refiere a dos ámbitos del conocimiento que corren por andenes paralelos, aunque diferentes. Por un lado tenemos el conocimiento de los sentidos, y por otro el conocimiento mental o moral. El objeto del primero son los cuerpos (objetos materiales) y del segundo la conducta y las acciones. La valoración de lo “bello” y lo “deforme” en los objetos materiales y de lo “bueno” y lo “malo” en los actos morales, surge de la confrontación entre los sentidos en el primer caso y del entendimiento en el segundo. “Sucede lo mismo en los sujetos mentales o morales que en los cuerpos comunes, o los sujetos propios del sentido. De las formas, movimientos, colores y proporciones de estos últimos cuando se presentan ante nuestros ojos, resulta necesariamente una belleza o una deformidad de acuerdo con la diferente medida, orden y disposiciones de sus diversas partes. Del mismo modo, en el comportamiento y en las acciones cuando se presentan, nuestro entendimiento debe encontrar necesariamente alguna diferencia de acuerdo con la regularidad o irregularidad de los sujetos.”(7)

Finalmente, es para Shaftesbury el análisis de los actos una actividad de la mente pero es el sentido moral el que tiene la función de calificar.

Notas:
  1. Shaftesbury es una localidad ubicada en el norte del condado de Dorset en Inglaterra, cerca del límite con Wiltshire. Fue construida a unos 200 m sobre el nivel del mar y es el único poblado significativo en Dorset que se encuentra en una colina. Existente ya en el período anglosajón y posiblemente también en el periodo Celta con el nombre de Caer Palladur, constituye actualmente uno de los asentamientos de mayor altitud y antigüedad todo el Reino Unido.
  2. Por razones filosóficas Lord Shaftesbury,pertenece a esta tradición, pero es importante señalar su origen ingles, como lo hacíamos mas arriba
  3. Shaftesbury distingue dos clases de escepticismo moral;el lamado pirrónico o filosofía académica y el escepticismo etico.Acepta el primero pero rechaza el segundo ya que se lo atribuye a Hobbes y a Locke.Estos autores llegan a un escepticismo ético a través de un dogmatismo religioso.
  4. "La fabula de las abejas”,Mandenville. Trad J.Ferrater Mora, Mexico, FCE,1997,1ªReimpre,p22o.Este ensayo se concluyó e incluyó en la edición empleada de la “Fabula de las abejas” de 1723, aparecida por vez primera en 1714.
  5. Characteristics of men,manners,opinions,times. Shaftestbury. Londres,1732
  6. Ibid,Libro I,Parte III,Seccion I,pag 44.La cursiva es del autor.
  7. Ibid,Libro I,Parte II,Seccion III,Pag 29.La cursiva es del autor

Catharsis (Julio 2009)

Karen Wild

“Vivir es no filosofar, filosofar es no vivir”


Fichte- citado por J. Xirau en “La filosofía de Husserl”


¿Qué estamos entendiendo por filosofía y por vivir aquí? Parece ser la clave para discutir esta sentencia. Intentemos llenar con contenidos.

Filosofía como un proceso que entraña reflexión y sistematización de las ideas surgidas de la misma, las cuales pueden ser planteadas ya de forma argumentativa o expositiva, pero que se sustentan en una argumentación que debería proveer su autor en caso que se le preguntara ¿en qué se basa para decir eso? o ¿por qué lo dice?, etc.

Vivir como trascendencia de los actos básicos que identifican que un organismo está vivo. Vivir en referencia a la actividad física y la participación activa en grupos, realización de tareas, desde las automáticas hasta las más creativas pero que involucran activamente al cuerpo. Hacemos a un lado la acepción de vivir (o vida) como actividad del espíritu.

De este modo, ¿tenemos que dejar de vivir para hacer filosofía?

Sí. La reflexión implica volverse sobre el objeto que se somete a juicio. Es un acto de desdoblamiento de la inmediatez, la cual es característica del vivir automático. En el mismo se da un alejamiento, se observa desde fuera la cosa a estudiar. En este sentido no se puede vivir la cosa misma y reflexionar sobre ella. Como el automatismo está en las antípodas de la filosofía, si se reflexiona sobre una acción determinada, esta no puede estarse efectuando acríticamente por la misma persona.

Pero el vivir no es expresión exclusiva del automatismo y la actividad acrítica (si así fuese habría bastado con definir cada término para responder a la pregunta.)

No. La filosofía podría coexistir con el vivir. Supongamos que mientras trabajo lavando los platos de un restaurante observo cómo se acerca por la puerta de servicio una señora rodeada de niños a pedir algo que sobre. Entonces aparece mi patrón y dándole una negativa, cierra la puerta y me ordena tirar en bolsas bien cerradas las sobras de los platos. Mientras cumplo o no cumplo las órdenes dadas, pienso sobre los motivos para dar la negativa. Considero los distintos factores involucrados, las consecuencias no inmediatas de las posibles respuestas. Pienso también en qué pasaría si todas las personas dijéramos no cada vez que tenemos la oportunidad de dar algo a alguien que lo necesita… y empiezo a hilar mis intuiciones, organizo las incipientes ideas y comienzo a enunciar argumentos…

La naturaleza de los hombres socializados de Hobbes (Julio 2009)

Karen Wild Díaz


En este artículo pretendo mostrar la lectura no tradicional de Macpherson sobre la naturaleza humana en Hobbes y sobre los supuestos sociales implícitos en el trabajo deductivo que se realiza en el Leviatán, donde se llega a la conclusión de la necesidad del soberano como único modo de acabar con la guerra de todos contra todos a la que estaría condenado el hombre por su condición de tal.

Como preámbulo a su investigación, Macpherson señala una especie de consenso entre los académicos sobre el carácter insostenible de la totalidad de la teoría de la naturaleza humana de Hobbes. Desde la interpretación tradicional se plantea la conveniencia de separarla de su teoría política la que, concentrando todas las miradas, es leída en clave de obligación moral. Sin rechazar la visión moralista, Macpherson intentará mostrar que la teoría de la naturaleza humana y la teoría política son consistentes entre sí y que tienen una validez histórica específica.


Sobre el Leviatán

La primera sección, Del hombre, define al hombre natural o abstracto como una suerte de máquina apetente, cuya vitalidad radica en perpetuar su movimiento y cuya felicidad consiste en el éxito continuo en la obtención de los objetos de su deseo, donde conseguir un objeto vale solo en cuanto siembra oportunidad de conseguir otro.

Los hombres son declarados iguales por naturaleza tanto en cuerpo como en espíritu, incluso más en el último. De aquí Hobbes deriva explícitamente la igualdad en la esperanza de cada hombre respecto a la consecución de sus fines. “Esta es la causa”, dice más adelante, que si dos hombres desean una misma cosa que no pueden disfrutar ambos, se tornen enemigos y traten de matarse o sojuzgarse entre sí para ganar el objeto. Cada hombre aquí teme solamente por el poder del otro. En esta situación, reina la desconfianza mutua, la cual obliga a los hombres a anticiparse a sus oponentes y dominar al mayor número por el mayor tiempo posible. No obrar de este modo es arriesgar la propia vida.

La conclusión es que sin un poder común que los frene, los hombres en estado de naturaleza viven en una guerra de todos contra todos, condición en la que no existe justicia, ley, propiedad ni sociedad. El hombre en el estado de naturaleza teme constantemente la muerte y anhela la paz. Para asegurar su sobrevivencia solo hay un camino: la realización de un contrato de todos los hombres entre sí en el cual renuncien y transfieran al soberano elegido su derecho natural a todas las cosas. A él le deberán obediencia (prácticamente) absoluta.


El trabajo de Macpherson

Siguiendo al autor, rastreemos el camino visible recorrido por Hobbes en el Leviatán. Primero, desarrolla lo que se ha dado en llamar las “proposiciones psicológicas” del hombre: sentidos, imaginación, memoria, razón, deseos, lenguaje, etc. En un segundo momento, aborda el comportamiento necesario de los hombres como tales en cualquiera sociedad y en la ausencia de la misma: el estado de naturaleza. En un tercefro, arriba a la necesidad de un soberano como única vía para preservar la vida y tener una coexistencia pacífica.

Según la lectura tradicional, el tercer punto se deduce simplemente de los dos primeros. Formalmente esto es correcto; el error radica en suponer que estamos hablando del hombre natural cuando de quien hablamos es del hombre socializado en una sociedad específica.


El estado natural de los hombres es social

Antes de plantear las pruebas que acerca Macpherson para concluir que el estado natural de los hombres es social, señalemos que está generalmente admitido que el estado de naturaleza del que habla Hobbes no es una hipótesis histórica sino lógica. Se trata de una inferencia sobre cómo sería la vida entre los hombres sino hubiera un poder común que temer. Hobbes incluso expresa que nunca existió un tiempo en que se desarrollara una guerra semejante (aunque creía que en varios “pueblos salvajes” de América se vivía actualmente de ese modo.)

Notemos ahora cómo se refiere Hobbes al estado de naturaleza: como a uno donde no hay “industria”, “navegación”, “construcciones confortables”, “artes”, “letras”, “sociedad”. Y del que los hombres desean salir no solo porque temen por su vida sino también porque tienen “afán de placeres sensuales”, “afán de saber” y “deseo de ocio.” ¿Es este el mapa de un hombre abstracto (carente de socialización) o primitivo? La añoranza y deseo de confort hablan por sí solas.

La conclusión es que el estado de naturaleza no sería más que una descripción del comportamiento que tendrían los hombres civilizados, que bien conocía Hobbes, si se eliminara el gobierno civil, la ley, el derecho: todo lo que puede contener el movimiento del hombre-máquina.

Una prueba de ello puede ser el mismo método que habría usado: el analítico-sintético, consistente en partir del todo complejo de la sociedad, ir descomponiendo hasta llegar a los elementos más simples y volverlos a componer en un todo lógico. En este caso, el estado de naturaleza es el resultado de varios grados de abstracción desde la sociedad civil (fijarse que es su misma negación pues se enumera lo que no hay de ella: no hay industria, no hay navegación…) Carecer de estas cosas es contrario a la “naturaleza” del hombre… sí, a la naturaleza del hombre socializado en una sociedad particular.


Lo implícito en la deducción

Explica Macpherson que en los capítulos 10 y 11, donde Hobbes refiere a las relaciones entre los hombres civilizados que viven en sociedades establecidas, están casi todas las proposiciones para deducir en el capítulo 13 la necesidad de la guerra de todos contra todos en ausencia del poder común.

Hobbes primeramente define el poder del hombre universalmente considerado como los medios de los que dispone para alcanzar un bien futuro; esto es, de forma neutral (Cáp. 10) Pero más adelante concluye que la “inclinación general de la humanidad entera (es) un perpetuo afán de poder, que cesa solamente con la muerte” donde, explica Macpherson, el poder es ahora poder sobre los demás hombres. Esta conclusión es la que permite arribar a la necesidad de la guerra de todos contra todos. Pero ¿cómo pasa Hobbes de la definición neutra de poder al deseo de todo hombre de tener cada vez más poder sobre los demás? (1) O, lo que es igual, ¿cómo se pasa de afirmar la igualdad entre los hombres a afirmar la necesidad de la enemistad y la guerra en ausencia del poder civil constituido por un contrato? La respuesta que da Macpherson es que lo hace a través de un postulado implícito: que el poder de cada hombre se opone al de todos los demás.

Luego de la definición de poder humano como medio para obtener bienes, Hobbes explica que hay dos tipos de poderes: los naturales, entendidos como la eminencia de las facultades individuales, y los instrumentales, que consisten en poderes adquiridos mediante los naturales y que sirven como medios para adquirir más. La clave aquí es la palabra “eminencia”, pues implica una pluralidad de individuos, en la cual los poderosos son aquellos con facultades superiores a los demás. Esto significa que el poder de un hombre no está considerado como algo absoluto sino como algo relativo a los otros hombres. “Consiste en el excedente de capacidades personales suyas respecto de las de otros hombres, más lo que puede adquirir mediante este excedente” (2), aserción a la que se llega haciendo explícito un postulado que en el Leviatán no aparece como tal: la oposición de poderes individuales. Macpherson cita un fragmento de los Elementos, donde este se menciona expresamente: “…como el poder de un hombre resiste y dificulta el poder de otro, el poder simplemente no es más que el exceso de poder de uno sobre el de otro. Pues poderes iguales opuestos se destruyen ente sí…” (3)

La universalidad de la oposición de poderes queda en evidencia en el análisis que hace Hobbes de los tipos de poder y del valor de la reputación y la estimación en toda sociedad (4). Allí, define todas las clases de poder como fuerzas defensivas y ofensivas contra los demás. El poder adquirido resulta ser la capacidad para conseguir los servicios de otros hombres. Por otro lado, el valor de un hombre queda dado por lo que los demás otorgarían por el uso de su poder. Y a este valor, Hobbes lo llama el precio de un hombre. El poder de un hombre es tratado como una mercancía en un contexto (la sociedad en que vivía el autor) donde las cesiones de poder son muy comunes. Así, cada hombre es un vendedor potencial de su poder y/o un comprador de poder ajeno. Lo que se describe es un verdadero mercado de poder.

Macpherson concluye de este análisis que “el comportamiento necesario de todos los hombres que viven en sociedad es una lucha sin fin por conseguir poder sobre los demás” (5).

La naturaleza del postulado de la oposición de poderes es social. No es fisiológica como tampoco está el postulado incluido en el hecho que cada hombre intente perpetuar su movimiento.

Sin embargo, el carácter social del postulado no es evidente. Para entender por qué la oposición de poderes es una afirmación de carácter social y no fisiológica, falta dilucidar la cuestión sobre el origen del poder en el hombre. A este respecto, la opinión de los críticos está dividida. Volvamos a la frase a la que arriba Hobbes en el Cáp. 11, que da lugar a dos interpretaciones sustancialmente distintas: “señalo, en primer lugar, como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte.”

Esta y otras afirmaciones similares pueden entenderse como: 1) que en el hombre como tal existe un deseo innato de poder ilimitado (la defendida por Strauss) o como 2) que son algunos los hombres que nacen con el deseo de más y más poder mientras los demás se contentan con mantener su nivel actual pero que, dada la sociedad fragmentada en la que los hombres viven, en la que algunos tienden a aumentar indefinidamente su poder poniendo en peligro al resto, este resto se halla obligado a luchar con los demás para mantener su nivel actual de poder (Macpherson.) Entonces, si Strauss tiene razón, el postulado de la oposición de poderes que en principio consideramos como social no sería tal sino que sería de carácter fisiológico y los hombres en estado de naturaleza estarían condenados a vivir en guerra de todos contra todos. Pero si Macpherson tiene razón y algunos hombres tienen deseos innatos de más y más poder mientras los otros adquieren este comportamiento, entonces sí podemos decir que se trata de un postulado social y no sería necesario que en estado natural los hombres estuvieran en constante guerra, salvo que el estado de “naturaleza” y el estado social (o civil) no difieran demasiado.

Para defender su postura, Macpherson señala varios pasajes e ideas del Leviatán. Uno de los más significativos es el que viene inmediatamente después del ya citado sobre el afán de poder como condición general de la humanidad entera. Dice que “la causa de esto no siempre es que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado, o que no llegue a satisfacerse con un moderado poder, sino que no pueda asegurar su poderío y los fundamentos de su bienestar actual sino adquiriendo otros nuevos.” (6) Según el pasaje, los hombres que no tienen una avidez natural por el poder, igual buscarían aumentar su propio poder por miedo a que los primeros le arrebaten el que efectivamente tienen. Así, el afán de poder es condición general de la humanidad pero no por eso es condición natural de la misma.

Recapitulando, tenemos que el postulado (fisiológico) que enuncia que todo hombre trata de perpetuar su movimiento, sumado al postulado (social) que el poder de un hombre se opone a poder de los demás, son suficientes para afirmar que cada hombre busca el poder de los otros y que esto lleva a una lucha de todos contra todos.

Y vale resaltar que esta lucha se da tanto en el estado de naturaleza del hombre como en el estado civil o sociedad. Recordemos que el análisis de Hobbes sobre los distintos tipos de poder y sobre el honor y la estimación se hace refiriéndose a hombres que viven en sociedad, no en estado de naturaleza. En la primera sección del Leviatán, que es la que estamos estudiando, Hobbes nos habla, en primer lugar, sobre el hombre supuestamente abstracto o natural, luego, sobre su interrelación con los demás en cualquiera sociedad y solo después de haber detallado todo esto pasa a hablar sobre el estado de naturaleza. La diferencia entre la convivencia en la condición “natural” y en la condición social es que en la primera la lucha es violenta y está dada en toda su magnitud y en la segunda es más pacífica y se da con algún freno: el que impone el poder común coercitivo.

Tal vez esta aproximación de Macpherson también resulte útil para entender la raíz de la corriente contractualista, en el sentido que el crítico señala como eje para comprender el por qué de este razonamiento, la supuesta intención de Hobbes de convencer a los hombres de su tiempo, que vivían en un imperfecto estado soberano, de la necesidad de un perfecto estado soberano. Para ello les indicaba que actuaran “como si hubieran salido mediante un pacto de un estado de naturaleza. ” (7)

La sociedad consistente con el modelo de Hobbes

Haciendo evidente algunos supuestos, hemos reconstruido el argumento de Hobbes en la primera parte del Leviatán. Pero llegado este punto, conviene preguntarse lo siguiente: si la oposición de poderes entre los hombres es de carácter social, ¿qué tipo de sociedad es la que permite que los poderes naturales de cada hombre sean continuamente asaltados por los demás? Si entendemos que la oposición de poderes y la lucha por el poder, de forma más o menos violenta, está presente tanto en el estado natural del hombre como en el estado social del mismo, ¿de qué estado social estamos partiendo para llegar a través del procedimiento analítico a ese estado “natural”?

Según Macpherson, solamente existe un tipo de sociedad que permite este comportamiento, y es justamente una muy similar a aquella en la que vivía Hobbes: la sociedad posesiva de mercado (que es como Macpherson denomina a la sociedad capitalista, con la diferencia principal que pretende para el concepto que utiliza la prescindencia de una teoría particular del origen y desarrollo de esta sociedad.)

A través del método de construcción de modelos de sociedad, ofrece tres modelos mínimamente determinados que entiende representativos de todos los tipos conocidos de sociedad: la sociedad de costumbres o jerárquica, la sociedad de mercado simple y la sociedad posesiva de mercado. Pasemos directamente a comentar brevemente por qué sería esta última la única consistente con el modelo de hombre y de interrelación humana que Hobbes produjo.

La característica más prominente de este modelo de sociedad es que el trabajo del hombre es una mercancía. También supone que las relaciones de mercado trascienden la economía de mercado para impregnar todas las relaciones sociales. Posee una estructura legal coercitiva, donde se aseguran por lo menos la vida y la propiedad y los contratos son definidos y ejecutados de forma impuesta. Con respecto al Estado, si bien su injerencia es variada, el modelo habilita a los individuos que desean aumentar sus placeres, apoderarse de los poderes naturales de los otros, lo cual se realiza a través del mercado, que es continuamente competitivo. De este modo, se obliga a los demás a competir para conseguir más poder, pero a través de métodos pacíficos y legales que no ponen en peligro a la sociedad como tal.

Señala Macpherson que “solamente en una sociedad en la que la capacidad para trabajar de cada hombre es propiedad suya, y una propiedad alienable, y es además una mercancía, pueden estar todos los individuos en esta continua relación de poder competitiva.” (8) Por la justificación de esta afirmación y la relación con la sociedad en la que vivía Hobbes, remitimos al texto.

Notas:
  1. Macpherson, p. 41.
  2. Macpherson, p. 42.
  3. Ídem.
  4. Ver Hobbes, Cap. 10 y 11. Recordar que aquí se tratan las relaciones entre los hombre en sociedad.
  5. Macpherson, p. 45.
  6. Hobbes, Cap. 11, pp. 79-80
  7. Macpherson, p. 29.
  8. Macpherson, p. 60.
Bibliografía
  • Hobbes, T., Del Hombre. Leviatán o de la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
  • Macpherson, C.B., págs. 20-69. La teoría política del individualismo posesivo: de Hobbes a Locke. Fotocopiadora de Ciencias Sociales, Licenciatura en Ciencias Políticas, Teoría Política I.

Derrida y la estrategia de la desconstrucción del discurso absoluto (Julio 2009)

Victoria Lavorerio
La Différance y la crítica al logocentrismo

Acuñar el término Différance tiene repercusiones filosóficas aún antes de detenerse en su significación, si se puede decir siquiera que la tenga. Digo esto, en parte, porque Derrida decide referirse a esta palabra como un neografismo y no como un neologismo. Es decir, no es una nueva palabra, ni un nuevo concepto, de hecho, ni siquiera es un nuevo fonema, ya que en francés no hay diferencia de pronunciación entre différance y différence, que sería la ortografía correcta de la palabra diferencia. Esta asimetría que transforma el concepto en pura escritura, se debe a una inversión en la jerarquía entre la phoné (el habla) y la graphé (la escritura).
La dicotomía de lo escrito y lo dicho atraviesa la historia de la filosofía, desde Platón hasta Saussure. En ésta, al igual que en muchas otras, ambas partes están en situaciones desiguales de valoración: la palabra dicha, hablada, tiene mayor jerarquía que la escrita, ya que se considera, desde Aristóteles, que ésta es copia, signo o representación de aquélla. Es este logocentrismo que pretende atacar la estrategia derridiana; la idea de que en todo par dicotómico un elemento se esconde por detrás del otro. Detrás de la palabra escrita se encuentra la dicha, pero, a su vez, detrás de este significante (contingente) se encuentra el significado (expresado por aquél) que es inteligible y no sensible. El alma, es más fácil de conocer que el cuerpo, decía Descartes, y la existencia de lo externo/objetivo queda en un status incierto, mientras que los estados internos/subjetivos son infalibles. El fonocentrismo es manifestación del idealismo y está en la base de la metafísica logocéntrica occidental.
Es aquí donde entra nuevamente la différance. El verbo diferir tiene un doble sentido: el de ser distinto, no idéntico, y el de estar retardado o mediado temporalmente. A pesar de las críticas que le hace Derrida a Saussure, coincidirá con él en el papel fundamental que le otorga a la diferencia en el lenguaje. La diferencia será, para Derrida, un origen productor de todo sentido; en el origen del sentido no hay un ser pleno, homogéneo, sino diferencias; está inspirado en la idea hegeliana de que la contradicción viene antes lógicamente que la identidad. Por lo tanto, hay discontinuidad conceptual y temporal; espacios entre sentidos e intervalos temporales. La différance produce todo sistema de diferencias porque está en la base de toda oposición; ya no es entonces simplemente un concepto, sino la posibilidad de la conceptualidad, del proceso y de sistemas conceptuales en general.¹
El significado no está nunca presente en sí mismo; todo concepto está por derecho y esencialmente inscripto en una cadena o en un sistema en el interior del cual remite al otro, a los otros conceptos, por un juego sistemático de diferencias.² Si consideramos, en cambio, dos conceptos dicotómicos como si tuvieran sentido e identidad en sí mismos, sin las cadenas de significación de las que hace depender el sentido Derrida, entonces encontraremos en su opuesto un contrario simétrico, también pleno y atómico, y, por lo tanto, irreconciliables entre sí. Pero si originariamente los sentidos se interdefinen por medio de sus diferencias, un concepto lleva en sí la huella de su contrario; más aún, su propiedad depende del hecho de ser diferente al concepto excluido, al que, sin embargo, se le niega un valor análogo al suyo. Paradójicamente, gracias a la différance las dicotomías se vuelven más flexibles.

Dentro y fuera de la razón

Derrida tiene la clara intención de atacar los presupuestos metafísicos tradicionales, especialmente los que pretenden la búsqueda de trascendentalidad o esencia. Sin embargo, no le parecen válidas las críticas a la filosofía cuando pretenden hacerlo desde afuera de este sistema de pensamiento, ya que de esta forma, aún nuestras críticas se realizan en los términos propios de aquello que estamos atacando. Al utilizar los mismos presupuestos, categorías y lenguaje, estamos reafirmando el sistema que pretendemos socavar. Al no poder operar sino en el interior de la razón desde el momento en que ésta se profiere, la revolución contra la razón siempre posee la extensión limitada de lo que se designa como una agitación, precisamente en el lenguaje del Ministerio del Interior. ³
La descontrucción no pretende rechazar directamente y a priori las nociones de la metafísica occidental, ya que si prescindimos de ellas se hacen ininteligibles las cuestiones que pretendemos abarcar; sólo podemos quemar el puente una vez que lo hayamos atravesado. Y ya que no se puede hablar contra la razón sólo quedan dos alternativas. Se puede intentar no decir nada que pueda ser interpretado o absorbido por ningún sistema conceptual; o utilizar una estrategia, jugar dentro del tablero de la razón. Es esta opción la que decide realizar Derrida: la del doble juego, respetar las reglas del juego de la razón pero con la intención de tenderle trampas y exponer sus fisuras. Posicionarse estratégicamente dentro del sistema, simulando.
Por lo tanto, la descontrucción no es una estrategia de destrucción de las nociones tradicionales de la filosofía ni de sus dicotomías clásicas. Trata de la difícil tarea de situarse en el interior de los sistemas para revelarnos la cara oculta de los filosofemas, lo que no muestran pero contienen ineludiblemente. Pero la tarea no se acaba ahí, hay que modificar los conceptos que constituyen la base de nuestra filosofía desde su propio seno, transformándolos, jugando con ellos, desplazándolos, invirtiéndolos, volviéndolos contra sus presupuestos y encajándolos en cadenas de significación ajenas. Todo esto se puede hacer porque el lenguaje filosófico lo permite, porque la constitución de los conceptos es heterogénea.


Las fases de la estrategia

La estrategia, aún con la advertencia que nos hace Derrida de que no puede considerarse un método a seguir inequívocamente, opera aproximadamente de la siguiente forma.

La fase de inversión
En esta fase de la estrategia desconstruccionista se pone en manifiesto los distintos pares dicotómicos presentes a lo largo de la historia de la filosofía, así como sus presupuestos metafísicos y su carácter paradójico. Se sobrevalora aquella parte de la dicotomía que ha sido infravalorada hasta ese entonces, un ejemplo de esto es la prioridad que le da a la escritura por sobre el habla. La intención no es crear una nueva jerarquía ni neutralizar las oposiciones, sino transformar la estructura y el valor mismo de la jerarquía. ¿Qué valor puede tener una jerarquía si es pasible de ser invertida?

La fase de desplazamiento

Los términos invertidos en la fase anterior son restituidos a la cadena de palabras, modificando la significación de todo el texto. Estos conceptos que han sufrido ambas fases de la estrategia han sido transformados a nuevos conceptos, o mejor dicho “cuasi-conceptos”. En este punto se separa de la pretensión hegeliana; no se desprende un tercer término sintético del par de contrarios, sino que estos términos quedan siempre sin resolverse por la síntesis dialéctica. De hecho, la diferencia queda inasimilable por ningún sistema y por eso cumple la función de dejar abierta la interpretación, la relectura y también la reescritura continua. Ejemplos de conceptos no asimilables son algunos términos que Derrida acuña como archi-escritura, huella, différance, espectros, etc y que los considera como indecibles justamente por ser irreductibles a esquemas establecidos. Es que no son conceptos, ya que no tienen un significado único e inequívoco y, a su vez, escapan al binarismo dicotómico con el que frecuentemente se mueve la metafísica occidental.


Dentro y fuera de texto

La inversión en la jerarquía no se aplica solamente a términos dicotómicos, también se aplica a la lectura e interpretación de textos. Derrida toma un elemento marginal de un texto, como una nota a pie de página, o una obra que es considerada menor, y lo posiciona como punto central de la lectura. De manera análoga a cuando jerarquiza un concepto infravalorado de una dicotomía, aquí también parece aplicar lo que denomina la lógica de la suplementariedad, en este caso al sobrevalorar lo marginal para mostrar que no hay nada que sea de por sí carente de importancia o despreciable. También en este caso, al elevar el papel de lo marginal, hay que tener cuidado de no priorizar demasiado la obra antes menospreciada y, de esa forma, consolidar un nuevo centro de lectura. Es que el objetivo de esta inversión es, justamente, descentralizar ¿Qué significa un centro si lo marginal puede ser central?
Esta semejanza entre la inversión en el ámbito de los conceptos y en el de los textos se debe, a mi parecer, a que aquello que se ha dicho sobre la significación de las palabras se extiende a los textos y obras. Es decir, que mientras los conceptos no son atómicos y se conectan ineludiblemente entre sí a través de cadenas de significación, los textos tampoco se agotan en sí mismos ni se refieren solamente a sí, sino que remiten a otros en una cadena textual. Es que no existe un adentro y un afuera del texto, todo puede ser considerado para la lectura o interpretación, desde datos biográficos a otros textos que no tengan, en principio, ninguna conexión. Es que si no hay una esencia del texto, no hay forma de definirlo, de delimitarlo, de aquí que no hay fuera del texto.
Esto significa, por una parte, que, al igual que quien argumenta no puede huir de la razón, quien escribe no puede situarse fuera de la lógica del lenguaje y, por lo tanto, tampoco fuera de su propio texto. Es decir, no puede conocer en sentido estricto todo lo que hay para conocer de su obra. No hay una interpretación que sea la correcta, ni siquiera la de quien crea la obra. Pero esta afirmación se escapa de los límites de la lectura de un texto, tiene alcance para toda interpretación, incluso la percepción, porque al no haber esencias sólo quedan huellas. Entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética. (F. Nietzsche, Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral)


La intención de la estrategia desconstruccionista es, en parte, explicitar las paradojas, tensiones y contradicciones internas al sistema de la filosofía. Pero, de ninguna manera intenta esbozar el sentido o la interpretación correctos, tampoco una superación, en el sentido hegeliano. Derrida también rechaza la interpretación del descontruccionismo como neutralizador. Tanto elegir el lado infravalorado de una dicotomía como neutralizarla, es dejar en el esquema las cosas como estaban, suscribirse a los esquemas anteriores y elegir partido dentro de él. Lo que pretende la estrategia derridiana es generar espacios, intervalos, en los cuales poder dar una nueva interpretación. La constitución de los sentidos es heterogénea, discontinua, originada en la différance, hay que explicitar estos espacios entre conceptos para poder construir una nueva metafísica en las grietas de la tradicional.



Notas
  1. J. Derrida, La Différance.
  2. Ídem
  3. J. Derrida, La Escritura y la Diferencia.
Bibliografía

  • La Différance, J. Derrida. (Conferencia incluida en Márgenes de la filosofía), Traducción de Carmen González Marín (modificada; Horacio Potel), Cátedra, Madrid, 1998. Edición digital de Derrida en castellano.
  • La escritura y la diferencia, J. Derrida. Traducción de Patricio Peñalver, Anthropos, Barcelona, 1989. Edición digital de Derrida en castellano.
  • Notas sobre Desconstruccionismo y Pragmatismo, J. Derrida. (Descontrucción y Pragmatismo) Traducción de M. Mayer en, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 151-169. Edición digital de Derrida en castellano.
  • El estructuralismo: de Levi-Strauss a Derrida, A. Bolivar Botia, Ed. Cincel, Madrid, 1990.
  • J. Derrida: la Estrategia de la Descontrucción. L. de Santiago Guervás, Conferencia pronunciada en el Colegio de Arquitectos de Málaga, 31 de Marzo de 1995.