lunes, 19 de abril de 2010

La normatividad (1) no metafísica en el segundo Wittgenstein. ¿Respuesta al Escéptico? (Septiembre 2009)

Maite Rodríguez Apólito
Esta es una adaptación de un trabajo de pasaje de curso presentado para el Seminario de Filosofía Moderna y Contemporánea del año 2008: «Algunos argumentos anti – escépticos». Se omitió una sección y se agregaron algunas aclaraciones.

Introducción:

El escepticismo en general (pero más específicamente el escepticismo de las reglas) al poner sobre la mesa la posibilidad lógica de error -al demostrar que es una de las posibilidades la ausencia de algo que podamos llamar regla- nos deja en una posición sumamente desventajosa.

Por un lado, porque desde el punto de vista lógico sería pertinente refutar esta posibilidad con una necesidad. La búsqueda entonces de un fundamento último en el que descanse nuestro conocimiento de reglas (y por lo tanto de significados y del lenguaje en general) puede conducirnos a compromisos ontológicos fuertes, con los consiguientes problemas de acceso y participación a esas entidades, cualesquiera que ellas sean.

Para filósofos como David Lewis la exigencia escéptica nos dejaría desprovistos de todo lo
que tradicionalmente llamamos conocimiento, pues no existe tal cosa como el conocimiento
infalible. Una pretensión así implicaría limitar el conocimiento a algunas verdades matemáticas
o lógicas y a verdades psicológicas autoevidentes. Nuestro saber-cosas descansa no en la
eliminación de las posibilidades de error sino en un autorizado acto de ignorar las mismas en
determinados contextos.

En el contexto de la epistemología es justamente en donde el conocimiento se vuelve difícil de sostener, escurridizo, pues entran a jugar posibilidades de error muy rebuscadas, irrefutables y -teniendo a las mismas en mente- ya no podemos decir que conocemos, que sabemos, lo que en contextos cotidianos no vacilaríamos en afirmar. El reto escéptico tiene entonces éxito en demostrar que nuestro conocimiento no es tan bueno como pensábamos que era, o como nos gustaría que fuese. (Lewis)

Con este problema a la vista la propuesta de Wittgenstein sobre las reglas en sus «Investigaciones Filosóficas» resulta peculiar.

Su compromiso ontológico parece no jugar una carta relevante, y de hecho rechaza «superlativos filosóficos» como son el hablar de «captar de golpe una regla» o «captarla toda de una vez» (Wittgenstein, 1988: §192), que parecerían suponer por detrás un algo captado. Una fórmula matemática –por ejemplo- no sería la descripción de algún estado de cosas, como regla no es una proposición cualquiera sino una proposición gramatical

A pesar de esto, Wittgenstein no es un escéptico ni limita el conocimiento al conocimiento infalible (si tal cosa existe) pero parece denunciar justamente lo escurridizo: al analizar con lupa lo que cotidianamente damos por bueno parece que nos quedáramos sin justificación para actuar.

Este trabajo apunta a exponer la postura de Wittgenstein sobre la normatividad (de inspiración no metafísica) y a tratar de descifrar si su planteo responde o no al escéptico. La dificultad muchas veces de seguir un hilo conductor único y sin bifurcaciones se debe a la forma misma de la obra del autor, aunque se pretende aquí mostrarlo de la forma más articulada
posible.

Argumento de seguir una regla:
¿En qué consiste seguir una regla?

Una normatividad de corte metafísico o trascendente se inclinaría a contestar que quien capta una regla tiene contenidos en su intención todos los usos futuros de la regla y todos sus casos posibles de aplicación, pues estos de alguna forma ya están dados por la regla en cuestión.Lo que el sujeto que afirma conocerla o entenderla capta es algo, en donde «es algo» parecería significar: «es algo objetivamente».

Wittgenstein se vale de una metáfora para mostrar lo complejo de este planteo, o incluso lo absurdo. Quien sostiene que todos los usos de la regla están siempre contenidos en la intención de quien la aplica (quien la conoce) se iguala a quien afirma que de alguna forma la posibilidad de movimiento de una máquina está contenida en su mecanismo: al conocerlo sé de qué manera va a operar en el futuro. (Wittgenstein, 1988: §193)

En la metáfora de la máquina la predeterminación del movimiento no parecería ser algo que pueda corroborarse en la experiencia, no es algo que se pueda ir viendo y confirmando a medida que el movimiento ocurre. La posibilidad de movimiento se supone tan íntimamente ligada a la máquina (tan presente) que lo que se considera pasible de demostración empírica es si tal o cual pieza encaja y contribuye a la posibilidad de movimiento contenida en la máquina. Nótese que aquí «posibilidad de movimiento» resulta entonces algo muy extraño y casi profético. Se usa la máquina como «símbolo de una forma de movimiento» (Wittgenstein, 1988: §193), y las consideraciones del sujeto hacia la máquina como símbolo parecen no tener nada que ver con sus precauciones ante la máquina real (realizar mantenimientos de la misma, reponer piezas cuando estas se deforman, etc.-).

La puerta se le abre al escéptico justamente frente a este planteo extraño: por la exigencia desmedida de que en cada aplicación y captación de la regla deban estar de alguna manera contenidos y presentes todos mis usos futuros de la misma (y todos sus infinitos usos posibles) nos quedamos sin reglas.

¿Por qué es que no puede responderse a la pretensión de una regla que regule de una vez y para todos los casos? Porque no existe un hecho pasado que sea relevante a la hora de determinar si anteriormente estaba siguiendo una regla cualquiera, ni existe un hecho que haga necesaria mi respuesta presente si he de guiarme por una regla x: «Cualquier cosa que haga es, según alguna interpretación, compatible con la regla» (Wittgenstein, 1988: §198). El acuerdo se vuelve entonces superfluo, carente de sentido, la regla pierde su función propia y razón de ser (regular un curso de acción): se vacía de contenido.

Si bien mis usos pasados son finitos, se pretende regular para un número infinito de casos. Nada me asegura pues que en el pasado estuviera siguiendo la regla suma o la t – suma (2) , luego: nada vuelve necesaria mi respuesta presente en un caso concreto de aplicación de la regla. Si bien el escepticismo sobre el uso presente de los términos puede ser más difícil de sostener -por socavar la posibilidad misma de expresión de la duda- no puede dejarse de señalar el vínculo entre mi no tener conocimiento de la regla en el pasado y mi ausencia de justificación al decidir cómo usarla en el presente.

Como señala Kripke, si bien este planteo puede parecer rebuscado no es «lógicamente imposible» (Kripke, 1989: pg 19). El argumento escéptico tiene dos grandes fortalezas argumentales: no existe ningún hecho o uso pasado que nos sirva para refutarlo a priori y no tengo forma de justificar mi respuesta en un caso concreto de aplicación de la regla.

Se podría ensayar un intento de salida negando que se aprehendan estas reglas infinitas mediante usos finitos. Es decir, puede afirmarse que la manera en la que procedo es dándome a mi mismo una serie de indicaciones que me permiten seguir en la aplicación de la regla para casos futuros. Por ejemplo: no aprendí a usar el término «suma» a partir de la extrapolación de
casos particulares de sumas al infinito, sino que me ordené contar los sumandos como si fueran un sólo conjunto. Pues bien, el problema en este caso es el del regreso al infinito de las interpretaciones: este mecanismo con el que pretendo conformarme y justificar mi uso de «+» contiene un nuevo término necesitado de significado («contar») sobre el que puede repetirse el planteo esceptico.

Yendo aún más lejos la matemática es sólo un caso paradigmático en el cual el problema puede verse con mayor claridad, pero éste no es para nada un cuestionamiento de mis conocimientos matemáticos. Muy por el contrario, al estar siempre en juego el plano metalingüístico (mi uso del término «suma», «más» y no mi conocimiento de la función matemática) y cuestionarse los significados en general, el escepticismo puede extenderse a todo el lenguaje.

Sin embargo, Wittgenstein no sigue adelante con su escepticismo y enseguida vemos:

hay una captación de una regla que no es una interpretación, sino que
se manifiesta, de caso en caso de aplicación, en lo que llamamos «seguir
una regla» y en lo que llamamos «contravenirla».
(Wittgenstein, 1988: §201)

Es decir, no cualquier interpretación de la regla es su captación, pues es también necesario trazar una diferencia entre el creer seguir la regla y el seguirla efectivamente so pena de que la regla misma pierda razón de ser. (Wittgenstein, 1988: §202)

Esto trae un nuevo problema, pues el acto subjetivo de interpretar una regla o de creer seguirla nada aportan. Seguir la regla efectivamente no puede darse nunca en solitario, pues si no el creer y el hacerlo efectivamente no podrían diferenciarse. Al foro interno del individuo el creer es todo lo relevante.

Propuesta wittgensteniana:

No llamaré aún a la propuesta de Wittgenstein «respuesta» porque eso no es algo que pueda determinarse en este momento de la discusión.

En primer lugar, vemos un reconocimiento del problema escéptico pero no una aceptación de las condiciones en que se plantea: se reconoce que un hombre en solitario no podría decir justificadamente que siguió en el pasado la regla suma o la t-suma, se acepta que en este escenario nada volvería necesaria su aplicación presente de la regla, pero la clave aquí es «en
este escenario».

Seguir una regla no puede equipararse a seguir en cada caso una voz interior, una inspiración de algún tipo. La regla no nos pide algo diferente en cada caso, sino que ordena siempre lo mismo, y esto es lo que hacemos. El dejarse llevar por la inspiración sería incluso algo muy complicado de transmitir a un aprendiz de la regla, y en última instancia lo que su «voz interna» le dictara resultaría para él concluyente e irrefutable más allá de que el resultado concuerde o no con el resultado de inspiraciones ajenas. Quien estuviera dispuesto a ir un paso más lejos y postulara algo así como una «homogeneidad en las inspiraciones» probablemente no necesite de una respuesta filosófica a su acto de seguir una regla: corresponde sin más que siga su inspiración «Dando gracias tal vez a la deidad por esta concordancia» (de todos con todos). (Wittgenstein, 1988: §234)

Existe una manera de conectar mis usos pasados y presentes de una regla pero desvinculada a la pretensión de encontrar coherencia en las aventuras interpretativas que uno pueda hacer a su foro interno. Lo que hace que de usos particulares de una regla en tiempos diferentes pueda extraerse la conclusión de que se estaba siendo regulado por tal o cual norma es la práctica comunitaria: respondo de una determinada manera a un signo como «más» porque así se me entrenó, por costumbre:

No puede haber sólo una única vez en que se haga un informe, se dé
una orden, o se la entienda... Seguir una regla, hacer un informe, dar una
orden... son costumbres (usos, instituciones)-
(Wittgenstein, 1988: §199)

Ahora bien, Wittgenstein afirma que la captación de la regla se manifiesta «de caso en caso de aplicación» ¿dónde está mi fundamentación para actuar? En el adiestramiento incluso queda desechado cualquier superlativo filosófico antes denunciado, pues transmito al aprendiz lo mismo que yo sé. El procedimiento no debe equipararse a un dar ejemplos paradigmáticos de la regla para que el otro intuya el resto, para que logre captar toda su esencia, no: lo que yo sé sobre la regla es lo que muestro en la práctica y eso es lo que el otro va demostrando dominar de caso en caso, eso es de hecho la regla. Si se me pidieran razones debo contestar que no las tengo: hay un actuar que es sin fundamento, que se realiza a ciegas, pero en última instancia es un ´saltar-al-vacío´ comunitario. Es decir, confío en que los otros me corrijan si mi comportamiento se desvía de lo que la regla es y doy por buenas mis respuestas cuando engranan en la máquina comunitaria.

Aunque no pueda decirse que mi respuesta a cada caso de aplicación de la regla esté «fundada» sí puede decirse que está «justificada», justificada por el éxito en la comunicación con los otros, y por su aprobación. (Wittgenstein, 1988: §320)

De igual manera, se está justificado en atribuir a otro un concepto cualquiera sólo teniendo en vista su comportamiento (el criterio externo es el único válido más allá de una discusión o no sobre el mentalismo) y basándonos en un acuerdo que debe resultar «general y constante» (Kripke, 1989: pg 92).

La pregunta por la justificación debe entonces reformularse, ya no se trata del poseer algún fundamento último o hecho superlativo, sino de la utilidad que en nuestras vidas tengan prácticas como el permitir que alguien emita «quise siempre decir mediante «+» la adición» y que otro sienta al primer sujeto autorizado a decir algo semejante. (Kripke, 1989: pg 78) La asignificatividad se evita entonces mediante un pasaje de las condiciones de verdad (garantizadas por correspondencias o no con super hechos) a las condiciones de uso: cuándo es legítimo emitir una proposición, qué papel cumple la misma en nuestras vidas. (Kripke, 1989: pg 77)

El planteo escéptico parecería entonces en primera instancia disuelto más que resuelto: la duda escéptica no da en el clavo aunque bien formulada, pues seguir una regla no es algo que pueda hacer un hombre en solitario, por lo tanto responder a las dificultades que experimentaría un hombre siguiendo sólo una regla no es algo que valga la pena hacer.
Crítica al mentalismo como criterio a tener en cuenta:
Ayuda a una mejor comprensión de la postura de Wittgenstein en torno a las reglas su rechazo a la figura del proceso mental a la hora de buscar justificación de nuestras reglas, significados, etc.-

Para Wittgenstein nuestro acto de dar significado (a lo interno del individuo) no es lo que da sentido a una proposición. El dar sentido es un proceso que requiere manifestaciones externas y, sin embargo, yo no me fijo en mi comportamiento al momento de sentirme autorizado a significar, así como tampoco digo con sentido que un perro tenga monólogos internos teniendo a la vista sus comportamientos. (Wittgenstein, 1988: §357)

Su rechazo es en verdad a la figura del proceso interno como relevante, no tanto a la existencia o no de los mismos: aunque fueran algo no se puede decir nada sobre ellos.(Wittgenstein, 1988: §305)

Los procesos mentales no pueden arrojar luz sobre lo que Wittgenstein llama la «gramática de una proposición», entendiendo que ella es un aporte al «modo y posibilidad de verificación» de la misma (Wittgenstein, 1988: §353). Por ser los procesos internos gramaticalmente inútiles,no podemos servirnos de ellos a la hora de corregir o justificar nuestro uso de palabras, por ejemplo.

Volviendo a las reglas, tampoco tiene sentido hablar de qué contribuye a su gramática, puesto que ellas mismas son proposiciones gramaticales y como tales constituyen lo que no puede negarse con sentido.

La gramática describe nuestro uso de los signos del lenguaje (más allá de su explicación) (Wittgenstein, 1988: §496) y las reglas son esas mismas descripciones de uso, que si se quiere son arbitrarias como el mismo lenguaje lo es. Si bien la arbitrariedad de estas descripciones de uso puede incomodar, el quid está en no presentar las reglas como faltas de algo, como meras aproximaciones de algo que escapa a las posibilidades de nuestra gramática. Incluso esencias o necesidades naturales sólo encuentran legítima expresión en un lenguaje por medio de reglas arbitrarias. (Wittgenstein, 1988: §371)1

Consensualismo vs. Normativismo:

De acuerdo a la relación antes planteada entre la gramática, las reglas y el lenguaje puedeseñalarse un nuevo problema. Si las reglas forman parte del entramado que describe lo que de hecho ocurre en el lenguaje ¿dónde está el componente normativo?

Lo que aquí está en juego no es menor, una vez que reconocemos a la práctica como única fuente del discurso normativo ¿podemos afirmar que aún así las normas no son enteramente reductibles a prácticas? ¿Qué agrega el discurso normativo? ¿En qué se diferencia del descriptivo?

En su artículo El problema de las reglas y el discurso normativo, Eleonora Orlando trata de defender la postura de que la concepción de las reglas de Wittgenstein no debería rotularse de consensualista meramente, sino que propone la alternativa del «normativismo» como camino intermedio entre el atributivismo (forma de consuensualismo) y el prescriptivismo. Según la autora esta noción intermedia permite ser más fieles al programa Wittgensteniano, sobre todo respeta el carácter dinámico de las normas en tanto insertas en un modo de vida: toma más en cuenta la noción de Juego de Lenguaje.

Para el atributivista el sujeto hace explícito en su práctica un conjunto de normas acordadas por consenso de la comunidad a la que se pertenece. La corrección o incorrección del uso que un miembro de esa comunidad haga de una regla cualquiera dependerá de si dicho uso supone un seguimiento o una desviación de lo consensuado respectivamente. El sistema de normas que
se explicita en la práctica se supone fijo, por lo que toda necesidad de un discurso problematizador de las prácticas (no descriptivo) parecería vana. Incluso el contenido proposicional de lo enunciado por un miembro autorizado de la comunidad para enseñar a otro el uso de alguna de sus palabras no diferiría mucho de una descripción. Por ej: «Se usa «rojo» en estas condiciones», «Se responde 4 a la pregunta por el resultado de la suma de 2+2». En estos casos, lo que no vuelve exactamente descripciones a estas proposiciones es su intención (o fuerza ilocucionaria): fijar un significado, incluir a un nuevo miembro en nuestra comunidad de hablantes, sentar condiciones para que el sujeto pueda vivir como un miembro de dicha comunidad, etc.-

Para Eleonora Orlando el discurso normativo va un paso más allá: se propone la reflexión sobre las prácticas y las normas que regulan esas prácticas. Como punto intermedio entre el descriptivismo y el prescriptivismo comparte cosas con ambos. Por un lado, se caracteriza por poder ser evaluado en términos de corrección o incorrección de acuerdo a su adecuación o no a
criterios públicos (caracter que no posee el modo imperativo del lenguaje); por otro lado, comparte con el prescriptivismo el vínculo directo con la acción.

Como fuente de las normas la práctica no las agota nunca: práctica y meta-práctica (discurso normativo) se retroalimentan constantemente y el sistema de normas que la práctica refleja dista mucho de ser fijo. La comunidad debe estar atenta a los casos en donde la práctica implique una superación de las normas acordadas, reflexionar sobre esas nuevas prácticas y
evaluar si éstas son o no útiles (en caso afirmativo se establecerán nuevas normas); así también, la reflexión puede dispararse por motivos teóricos, por la necesidad de acomodar las prácticas a fines comunitarios. En el terreno de la normatividad semántica la tarea parece más sencilla: alcanza con reflexionar sobre la conveniencia o no de cambios hechos o por hacer a la gramática por prácticas emergentes, o por nuevas necesidades que se descubran reflexionando. En el caso de la ética y las normas de conducta la tarea puede ser más ardua pero se vuelve inevitable.

El componente reflexivo parecería marcar la diferencia mínima entre una comunidad de sujetos y una de «autómatas», que mantuvieran fijas sus prácticas por respeto a una normatividad establecida negándose a entrar en la discusión sobre ellas. Cabe preguntar que tan seriamente puede mantenerse esta distinción entre atributivismo y consensualismo: sujetos cuyos modos
de vida y comunicación simplemente se hayan dado y encastrado de una vez y para siempre es algo bastante artificial de suponer, bastante poco-social. Una comunidad de hablantes, más allá de lo que de hecho es el caso, es el consenso, debe reflexionar sobre la utilidad de tal consenso por sobre el otro, sobre lo apropiado o no del estado actual de cosas dados los fines comunitarios (también difíciles de suponer fijos).

Consensualismo y normativismo no se diferencian entonces sólo por tener intencionalidades diferentes, pues esto supondría tirar por la borda toda la crítica a la significación interna como relevante que se hizo más arriba. Incluso una proposición como «Se responde «4» a la pregunta por el resultado de la suma de «2+2»» puede tener la misma fuerza ilocucionaria tanto con inspiración consensualista como normativista: describir la forma correcta de usar un símbolo, fijar un uso en un sujeto que pretende convertirse en hablante de la comunidad... El punto es que, más allá de las intenciones con las que se emitan proposiciones como éstas, se les dan utilidades diferentes según juguemos al «juego» consensualista o al normativo. En el segundo caso, me parece se deja mucho más abierta la puerta a que el lenguaje no deje de reflejar y de entretejerse con las prácticas y con las formas de vida en un sentido amplio, humano, y por lo tanto dinámico; el discurso normativo tiene entonces su función propia y se distancia del descriptivo. Por lo tanto, comparto con Eleonora Orlando que el «juego» normativista captura mucho mejor si no a Wittgenstein por lo menos a su espíritu de buscar aportar a la gramática de
una proposición vía análisis de sus usos en un juego dinámico. (3)
Conclusiones:

Llegado el momento de responder nuestra pregunta inicial, podría reafirmarse que Wittgenstein no resuelve el problema sino que lo disuelve, no reconoce el cuestionamiento como necesitado de contestación.

Kripke analiza qué elementos constituyen lo que puede denominarse una «solución escéptica» (Kripke, 1989: pg 69) -rotulación que toma a su vez de Hume- y como éstos se adaptan a los pasos seguidos por Wittgenstein en su obra. Este tipo de solución, a diferencia de la «directa», no consiste en probar lo que el escéptico cuestionaba o en mostrar que se tiene la
justificación que el escéptico exigía.

Una solución escéptica se caracteriza, en primer lugar, por dar por incontestable el planteo del escéptico. En el caso del argumento de seguir una regla muchos son los puntos que se le reconocen: la inexistencia de un hecho pasado que justifique mi decir que seguía una regla del tipo suma o del tipo t-suma (aún para un ser como Dios que tuviera acceso a todos mis contenidos mentales en ese momento), la imposibilidad de la regla de determinar todos lo casos de aplicación futuros de una vez y para todos, la ausencia de una captación más allá de los casos de aplicación concretos, etc.-
La segunda característica de una solución escéptica es el negar, más allá de las concesiones hechas, que a pesar de todo no se esté justificado en creer lo que se creía o negar que de todas formas no se tenga conocimiento de lo que cotidianamente afirmamos conocer. Es decir, existe algún tipo de justificación que no tiene la forma de la exigida por el escéptico (que se prueba ser innecesaria). Analizando nuevamente este argumento en particular, se puede ver que Wittgenstein sí afirma que de todas formas estamos justificados en dar respuestas a fórmulas matemáticas, en usar palabras, etc.- Mi justificación la juzga y la confirma la práctica comunitaria - mi engranar en su funcionamiento- y es inseparable del éxito en la comunicación y de la utilidad de un juego como el de seguir reglas.

Finalmente, este tipo de solución puede incluir también el mostrar que mucho del planteo escéptico se origina en creencias ordinarias que dificultan ver el problema con claridad. Como ya vimos Wittgenstein rechaza expresiones cotidianas y malos usos del lenguaje que parecen dependientes de absurdos metafísicos. Muchos nudos se deshacen simplemente revisando nuestro uso del lenguaje, o dejando de «hacer fiesta» con él, siendo la filosofía un terreno muy propicio para que estas cosas desafortunadas ocurran.

El argumento escéptico termina siendo entonces un disparador para analizar las causas de esta apariencia de paradoja.

Vinculando estas consideraciones con el autor citado al comienzo del trabajo, David Lewis, este es uno de esos casos en donde las circunstancias más rebuscadas e insólitas (aunque no imposibles) se toman en cuenta y ya no podemos ignorarlas autorizadamente, el contexto en el que el escéptico se maneja hace que lo que creíamos saber se nos desvanezca en las manos.

En este caso este desvanecimiento implica una inutilidad del movimiento «objectivizante» (4) (Ebbs,1997 :pg 37), pues en nombre de un supuesto tratamiento más objetivo del problema se pierde el medio para expresar incluso el propio hallazgo escéptico, pues llega a negarse hasta el significado actual de las palabras. En el sentido Wittgensteniano del término, el movimiento está entonces injustificado: se desvincula totalmente al lenguaje de las prácticas lingüísticas y (retomando la metáfora de la máquina y la posibilidad del movimiento) es como si tratáramos de comprender y explicar un mecanismo complejísimo analizando sólo una tuerca, o peor aún, dando más valor a su forma ideal de girar que a la forma en que de hecho lo hace.
BIBLIOGRAFÍA

EBBS, GARY, Rule-following and realism. London: Harvard University Press, 1997.
KRIPKE, SAÚL, Wittgenstein: reglas y lenguaje privado. México: UNAM, 1989.
LEWIS, DAVID, Elusive Knowledge. Reimpresión del artículo aparecido en: Australasian Journal of Philosophy,
Núm 74, 1996.
ORLANDO, ELEONORA, El problema de las reglas y el discurso normativo. Buenos Aires. (Material del
curso)
WITTGENSTEIN, LUDWIG, Investigaciones Filosóficas. Barcelona: Editorial Crítica, 1988.

Notas al pie

1 Salvo indicación contraria al hablar de «normatividad», «norma» o «regla» se suponen normas y reglas semánticas.
2 Suponiéndose estas dos reglas como coincidentes en todos mis usos pasados pero discordantes en el presente caso de
aplicación, caso al que el sujeto no se había enfrentado antes. Imaginemos que debo sumar «68+57». Si bien puedo tener
confianza en que la respuesta correcta es «125» un escéptico rebuscado puede sugerir que – tal como apliqué la función en
el pasado – la respuesta debería ser «5», y no había estado yo sumando sino t-sumando. Yo sé que debo aplicar la regla tal
como lo hice en el pasado pero, ¿cómo determinar cuál es tal regla?
3 Se omite aquí una sección titulada «El problema de los otros». Conviene hacer alguna aclaración: Un escéptico
podría aún plantear un nuevo problema: la respuesta de Wittgenstein da por supuestos elementos que un escepticismo
extremo no estaría dispuesto a aceptar, da como hecho no necesario de justificación la existencia de otros, de un mundo
externo, de algo más que la conciencia que formula la duda. Se pueden esbozar algunas rutas por las que se podría llegar
a responder a esta objeción pero exceden los límites de este artículo. Recordemos simplemente que para Wittgenstein la
existencia de un lenguaje privado exclusivamente, es decir, de un lenguaje que uno usara únicamente para registrar
sensaciones, estados internos, no se sostiene.
4 «objectifying»

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