martes, 18 de agosto de 2009

La naturaleza de los hombres socializados de Hobbes (Julio 2009)

Karen Wild Díaz


En este artículo pretendo mostrar la lectura no tradicional de Macpherson sobre la naturaleza humana en Hobbes y sobre los supuestos sociales implícitos en el trabajo deductivo que se realiza en el Leviatán, donde se llega a la conclusión de la necesidad del soberano como único modo de acabar con la guerra de todos contra todos a la que estaría condenado el hombre por su condición de tal.

Como preámbulo a su investigación, Macpherson señala una especie de consenso entre los académicos sobre el carácter insostenible de la totalidad de la teoría de la naturaleza humana de Hobbes. Desde la interpretación tradicional se plantea la conveniencia de separarla de su teoría política la que, concentrando todas las miradas, es leída en clave de obligación moral. Sin rechazar la visión moralista, Macpherson intentará mostrar que la teoría de la naturaleza humana y la teoría política son consistentes entre sí y que tienen una validez histórica específica.


Sobre el Leviatán

La primera sección, Del hombre, define al hombre natural o abstracto como una suerte de máquina apetente, cuya vitalidad radica en perpetuar su movimiento y cuya felicidad consiste en el éxito continuo en la obtención de los objetos de su deseo, donde conseguir un objeto vale solo en cuanto siembra oportunidad de conseguir otro.

Los hombres son declarados iguales por naturaleza tanto en cuerpo como en espíritu, incluso más en el último. De aquí Hobbes deriva explícitamente la igualdad en la esperanza de cada hombre respecto a la consecución de sus fines. “Esta es la causa”, dice más adelante, que si dos hombres desean una misma cosa que no pueden disfrutar ambos, se tornen enemigos y traten de matarse o sojuzgarse entre sí para ganar el objeto. Cada hombre aquí teme solamente por el poder del otro. En esta situación, reina la desconfianza mutua, la cual obliga a los hombres a anticiparse a sus oponentes y dominar al mayor número por el mayor tiempo posible. No obrar de este modo es arriesgar la propia vida.

La conclusión es que sin un poder común que los frene, los hombres en estado de naturaleza viven en una guerra de todos contra todos, condición en la que no existe justicia, ley, propiedad ni sociedad. El hombre en el estado de naturaleza teme constantemente la muerte y anhela la paz. Para asegurar su sobrevivencia solo hay un camino: la realización de un contrato de todos los hombres entre sí en el cual renuncien y transfieran al soberano elegido su derecho natural a todas las cosas. A él le deberán obediencia (prácticamente) absoluta.


El trabajo de Macpherson

Siguiendo al autor, rastreemos el camino visible recorrido por Hobbes en el Leviatán. Primero, desarrolla lo que se ha dado en llamar las “proposiciones psicológicas” del hombre: sentidos, imaginación, memoria, razón, deseos, lenguaje, etc. En un segundo momento, aborda el comportamiento necesario de los hombres como tales en cualquiera sociedad y en la ausencia de la misma: el estado de naturaleza. En un tercefro, arriba a la necesidad de un soberano como única vía para preservar la vida y tener una coexistencia pacífica.

Según la lectura tradicional, el tercer punto se deduce simplemente de los dos primeros. Formalmente esto es correcto; el error radica en suponer que estamos hablando del hombre natural cuando de quien hablamos es del hombre socializado en una sociedad específica.


El estado natural de los hombres es social

Antes de plantear las pruebas que acerca Macpherson para concluir que el estado natural de los hombres es social, señalemos que está generalmente admitido que el estado de naturaleza del que habla Hobbes no es una hipótesis histórica sino lógica. Se trata de una inferencia sobre cómo sería la vida entre los hombres sino hubiera un poder común que temer. Hobbes incluso expresa que nunca existió un tiempo en que se desarrollara una guerra semejante (aunque creía que en varios “pueblos salvajes” de América se vivía actualmente de ese modo.)

Notemos ahora cómo se refiere Hobbes al estado de naturaleza: como a uno donde no hay “industria”, “navegación”, “construcciones confortables”, “artes”, “letras”, “sociedad”. Y del que los hombres desean salir no solo porque temen por su vida sino también porque tienen “afán de placeres sensuales”, “afán de saber” y “deseo de ocio.” ¿Es este el mapa de un hombre abstracto (carente de socialización) o primitivo? La añoranza y deseo de confort hablan por sí solas.

La conclusión es que el estado de naturaleza no sería más que una descripción del comportamiento que tendrían los hombres civilizados, que bien conocía Hobbes, si se eliminara el gobierno civil, la ley, el derecho: todo lo que puede contener el movimiento del hombre-máquina.

Una prueba de ello puede ser el mismo método que habría usado: el analítico-sintético, consistente en partir del todo complejo de la sociedad, ir descomponiendo hasta llegar a los elementos más simples y volverlos a componer en un todo lógico. En este caso, el estado de naturaleza es el resultado de varios grados de abstracción desde la sociedad civil (fijarse que es su misma negación pues se enumera lo que no hay de ella: no hay industria, no hay navegación…) Carecer de estas cosas es contrario a la “naturaleza” del hombre… sí, a la naturaleza del hombre socializado en una sociedad particular.


Lo implícito en la deducción

Explica Macpherson que en los capítulos 10 y 11, donde Hobbes refiere a las relaciones entre los hombres civilizados que viven en sociedades establecidas, están casi todas las proposiciones para deducir en el capítulo 13 la necesidad de la guerra de todos contra todos en ausencia del poder común.

Hobbes primeramente define el poder del hombre universalmente considerado como los medios de los que dispone para alcanzar un bien futuro; esto es, de forma neutral (Cáp. 10) Pero más adelante concluye que la “inclinación general de la humanidad entera (es) un perpetuo afán de poder, que cesa solamente con la muerte” donde, explica Macpherson, el poder es ahora poder sobre los demás hombres. Esta conclusión es la que permite arribar a la necesidad de la guerra de todos contra todos. Pero ¿cómo pasa Hobbes de la definición neutra de poder al deseo de todo hombre de tener cada vez más poder sobre los demás? (1) O, lo que es igual, ¿cómo se pasa de afirmar la igualdad entre los hombres a afirmar la necesidad de la enemistad y la guerra en ausencia del poder civil constituido por un contrato? La respuesta que da Macpherson es que lo hace a través de un postulado implícito: que el poder de cada hombre se opone al de todos los demás.

Luego de la definición de poder humano como medio para obtener bienes, Hobbes explica que hay dos tipos de poderes: los naturales, entendidos como la eminencia de las facultades individuales, y los instrumentales, que consisten en poderes adquiridos mediante los naturales y que sirven como medios para adquirir más. La clave aquí es la palabra “eminencia”, pues implica una pluralidad de individuos, en la cual los poderosos son aquellos con facultades superiores a los demás. Esto significa que el poder de un hombre no está considerado como algo absoluto sino como algo relativo a los otros hombres. “Consiste en el excedente de capacidades personales suyas respecto de las de otros hombres, más lo que puede adquirir mediante este excedente” (2), aserción a la que se llega haciendo explícito un postulado que en el Leviatán no aparece como tal: la oposición de poderes individuales. Macpherson cita un fragmento de los Elementos, donde este se menciona expresamente: “…como el poder de un hombre resiste y dificulta el poder de otro, el poder simplemente no es más que el exceso de poder de uno sobre el de otro. Pues poderes iguales opuestos se destruyen ente sí…” (3)

La universalidad de la oposición de poderes queda en evidencia en el análisis que hace Hobbes de los tipos de poder y del valor de la reputación y la estimación en toda sociedad (4). Allí, define todas las clases de poder como fuerzas defensivas y ofensivas contra los demás. El poder adquirido resulta ser la capacidad para conseguir los servicios de otros hombres. Por otro lado, el valor de un hombre queda dado por lo que los demás otorgarían por el uso de su poder. Y a este valor, Hobbes lo llama el precio de un hombre. El poder de un hombre es tratado como una mercancía en un contexto (la sociedad en que vivía el autor) donde las cesiones de poder son muy comunes. Así, cada hombre es un vendedor potencial de su poder y/o un comprador de poder ajeno. Lo que se describe es un verdadero mercado de poder.

Macpherson concluye de este análisis que “el comportamiento necesario de todos los hombres que viven en sociedad es una lucha sin fin por conseguir poder sobre los demás” (5).

La naturaleza del postulado de la oposición de poderes es social. No es fisiológica como tampoco está el postulado incluido en el hecho que cada hombre intente perpetuar su movimiento.

Sin embargo, el carácter social del postulado no es evidente. Para entender por qué la oposición de poderes es una afirmación de carácter social y no fisiológica, falta dilucidar la cuestión sobre el origen del poder en el hombre. A este respecto, la opinión de los críticos está dividida. Volvamos a la frase a la que arriba Hobbes en el Cáp. 11, que da lugar a dos interpretaciones sustancialmente distintas: “señalo, en primer lugar, como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte.”

Esta y otras afirmaciones similares pueden entenderse como: 1) que en el hombre como tal existe un deseo innato de poder ilimitado (la defendida por Strauss) o como 2) que son algunos los hombres que nacen con el deseo de más y más poder mientras los demás se contentan con mantener su nivel actual pero que, dada la sociedad fragmentada en la que los hombres viven, en la que algunos tienden a aumentar indefinidamente su poder poniendo en peligro al resto, este resto se halla obligado a luchar con los demás para mantener su nivel actual de poder (Macpherson.) Entonces, si Strauss tiene razón, el postulado de la oposición de poderes que en principio consideramos como social no sería tal sino que sería de carácter fisiológico y los hombres en estado de naturaleza estarían condenados a vivir en guerra de todos contra todos. Pero si Macpherson tiene razón y algunos hombres tienen deseos innatos de más y más poder mientras los otros adquieren este comportamiento, entonces sí podemos decir que se trata de un postulado social y no sería necesario que en estado natural los hombres estuvieran en constante guerra, salvo que el estado de “naturaleza” y el estado social (o civil) no difieran demasiado.

Para defender su postura, Macpherson señala varios pasajes e ideas del Leviatán. Uno de los más significativos es el que viene inmediatamente después del ya citado sobre el afán de poder como condición general de la humanidad entera. Dice que “la causa de esto no siempre es que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado, o que no llegue a satisfacerse con un moderado poder, sino que no pueda asegurar su poderío y los fundamentos de su bienestar actual sino adquiriendo otros nuevos.” (6) Según el pasaje, los hombres que no tienen una avidez natural por el poder, igual buscarían aumentar su propio poder por miedo a que los primeros le arrebaten el que efectivamente tienen. Así, el afán de poder es condición general de la humanidad pero no por eso es condición natural de la misma.

Recapitulando, tenemos que el postulado (fisiológico) que enuncia que todo hombre trata de perpetuar su movimiento, sumado al postulado (social) que el poder de un hombre se opone a poder de los demás, son suficientes para afirmar que cada hombre busca el poder de los otros y que esto lleva a una lucha de todos contra todos.

Y vale resaltar que esta lucha se da tanto en el estado de naturaleza del hombre como en el estado civil o sociedad. Recordemos que el análisis de Hobbes sobre los distintos tipos de poder y sobre el honor y la estimación se hace refiriéndose a hombres que viven en sociedad, no en estado de naturaleza. En la primera sección del Leviatán, que es la que estamos estudiando, Hobbes nos habla, en primer lugar, sobre el hombre supuestamente abstracto o natural, luego, sobre su interrelación con los demás en cualquiera sociedad y solo después de haber detallado todo esto pasa a hablar sobre el estado de naturaleza. La diferencia entre la convivencia en la condición “natural” y en la condición social es que en la primera la lucha es violenta y está dada en toda su magnitud y en la segunda es más pacífica y se da con algún freno: el que impone el poder común coercitivo.

Tal vez esta aproximación de Macpherson también resulte útil para entender la raíz de la corriente contractualista, en el sentido que el crítico señala como eje para comprender el por qué de este razonamiento, la supuesta intención de Hobbes de convencer a los hombres de su tiempo, que vivían en un imperfecto estado soberano, de la necesidad de un perfecto estado soberano. Para ello les indicaba que actuaran “como si hubieran salido mediante un pacto de un estado de naturaleza. ” (7)

La sociedad consistente con el modelo de Hobbes

Haciendo evidente algunos supuestos, hemos reconstruido el argumento de Hobbes en la primera parte del Leviatán. Pero llegado este punto, conviene preguntarse lo siguiente: si la oposición de poderes entre los hombres es de carácter social, ¿qué tipo de sociedad es la que permite que los poderes naturales de cada hombre sean continuamente asaltados por los demás? Si entendemos que la oposición de poderes y la lucha por el poder, de forma más o menos violenta, está presente tanto en el estado natural del hombre como en el estado social del mismo, ¿de qué estado social estamos partiendo para llegar a través del procedimiento analítico a ese estado “natural”?

Según Macpherson, solamente existe un tipo de sociedad que permite este comportamiento, y es justamente una muy similar a aquella en la que vivía Hobbes: la sociedad posesiva de mercado (que es como Macpherson denomina a la sociedad capitalista, con la diferencia principal que pretende para el concepto que utiliza la prescindencia de una teoría particular del origen y desarrollo de esta sociedad.)

A través del método de construcción de modelos de sociedad, ofrece tres modelos mínimamente determinados que entiende representativos de todos los tipos conocidos de sociedad: la sociedad de costumbres o jerárquica, la sociedad de mercado simple y la sociedad posesiva de mercado. Pasemos directamente a comentar brevemente por qué sería esta última la única consistente con el modelo de hombre y de interrelación humana que Hobbes produjo.

La característica más prominente de este modelo de sociedad es que el trabajo del hombre es una mercancía. También supone que las relaciones de mercado trascienden la economía de mercado para impregnar todas las relaciones sociales. Posee una estructura legal coercitiva, donde se aseguran por lo menos la vida y la propiedad y los contratos son definidos y ejecutados de forma impuesta. Con respecto al Estado, si bien su injerencia es variada, el modelo habilita a los individuos que desean aumentar sus placeres, apoderarse de los poderes naturales de los otros, lo cual se realiza a través del mercado, que es continuamente competitivo. De este modo, se obliga a los demás a competir para conseguir más poder, pero a través de métodos pacíficos y legales que no ponen en peligro a la sociedad como tal.

Señala Macpherson que “solamente en una sociedad en la que la capacidad para trabajar de cada hombre es propiedad suya, y una propiedad alienable, y es además una mercancía, pueden estar todos los individuos en esta continua relación de poder competitiva.” (8) Por la justificación de esta afirmación y la relación con la sociedad en la que vivía Hobbes, remitimos al texto.

Notas:
  1. Macpherson, p. 41.
  2. Macpherson, p. 42.
  3. Ídem.
  4. Ver Hobbes, Cap. 10 y 11. Recordar que aquí se tratan las relaciones entre los hombre en sociedad.
  5. Macpherson, p. 45.
  6. Hobbes, Cap. 11, pp. 79-80
  7. Macpherson, p. 29.
  8. Macpherson, p. 60.
Bibliografía
  • Hobbes, T., Del Hombre. Leviatán o de la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
  • Macpherson, C.B., págs. 20-69. La teoría política del individualismo posesivo: de Hobbes a Locke. Fotocopiadora de Ciencias Sociales, Licenciatura en Ciencias Políticas, Teoría Política I.

No hay comentarios:

Publicar un comentario