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lunes, 19 de abril de 2010

¿Caballero sin princesa? (Setiembre 2009)

Christian Burgues

Es complejo encontrar en esta ocasión qué es aquello que desde los suburbios de nuestro saber tratamos de capturar. Porque podríamos pensar que Soren Kierkegaard, filósofo y teólogo danés del siglo XIX: precursor del existencialismo, crítico del hegelianismo y de las apariencias religiosas, fusionador de la ética y la estética; podría bastarse por sí para ocupar el lugar de enigma de lo cotidiano. Pero también el amor y la fe (en trascendencia del espíritu medieval), temáticas que en este autor tienden a entremezclarse, son dignas de ser señaladas como suburbios de nuestra filosófica ciudad. Es intención de este pequeño trabajo dejar pequeñas huellas de un mundo de pensamiento a transitar a seguir pensando, para ellos también recurrimos al socorro del filósofo italiano Umberto Galimberti, otro ser de los suburbios. Qué pasará luego ya no me
corresponde decirlo.

Soren Kierkegaard en «Temor y temblor» presenta a quien él denomina: «el caballero de la resignación infinita». Pero primero es necesario saber que es la «resignación infinita», para luego conocer y comprender al caballero que le hace honor.

«La resignación infinita es el último estadio precedente a la fe, y nadie alcanza la fe si antes no ha hecho ese movimiento previo, porque es en la resignación infinita donde , ante todo, tomo conciencia de mi valer eterno, y únicamente así puedo entonces alcanzar la vida de este mundo en virtud de la fe» (1)

«Por consiguiente el caballero efectúa el movimiento; pero ¿cuál? ¿Lo olvidará todo, ya que también hay una especie de concentración?¡No!, pues el caballero no se contradice y hay contradicción en olvidar la substancia de toda su vida mientras se continúa siendo el mismo. No siente ningún deseo de convertirse en otro hombre y de ninguna manera ve en esta transformación la humana grandeza. Únicamente las naturalezas inferiores olvidan y llegan a ser algo nuevo. Es así como la mariposa ha olvidado completamente que fue oruga; quizá olvidará aun que ha sido mariposa y hasta tal punto que podría convertirse en pez. Las naturalezas profundas no pierden jamás el recuerdo de sí mismas y tampoco llegan a ser otra cosa que lo que han sido. Por lo tanto el caballero lo recordará todo, pero precisamente ese recuerdo es su dolor; sin embargo, en su resignación infinita se halla reconciliado con la vida. Su amor por la princesa ha pasado a ser para él la expresión de un amor eterno, el cual si bien se ha negado a favorecer al caballero, al menos lo ha tranquilizado otorgándole la conciencia
eterna de la legitimidad de su amor bajo la forma de una eternidad que realidad alguna podrá arrebatarle. Los jóvenes y los locos son los que se jactan de que para el hombre todo es posible. ¡Que error! Desde el punto de vista espiritual todo es posible; mas en el mundo finito hay muchas cosas que son imposibles. Pero el caballero hace posible lo imposible encarándolo desde el ángulo del espíritu, lo cual expresa diciendo que renuncia a ello. El deseo, ansioso de convertirse en realidad y que había tropezado con la imposibilidad, se ha debilitado en su fuero interno; pero no por eso está perdido u olvidado. A veces el caballero siente los obscuros impulsos del deseo que despierta el recuerdo; a veces él mismo los provoca; pues es demasiado orgulloso para admitir que aquello que fue la substancia de toda su vida haya sido cuestión de un momento efímero. Conserva joven ese amor y a medida que juntos envejecen, va haciéndose más bello. Por el contrario no desea de ningún modo la intervención de lo finito para favorecer el crecimiento de su amor. Desde le momento en que ha efectuado el movimiento, la princesa está perdida para él…Ha comprendido ese gran secreto: que, incluso amando, uno debe bastarse a sí mismo. Ya no se interesa de un modo finito en todo lo que la princesa hace, y esto prueba justamente que ha hecho el movimiento inferiores encuentran en otros la ley de sus actos y fuera de ellas las premisas de sus resoluciones. En cambio la princesa verá desplegarse la belleza del amor si se halla en la disposición de espíritu… Estos dos amantes se encontrarán unidos entonces para la eternidad…si alguna vez (cosa de la que no tienen la preocupación finita…), si alguna vez llegase el instante favorable a la expresión de ese amor en el tiempo, se verán en condiciones de comenzar en el punto mismo del cual, de haber contraído enlace hubieran partido.» (2)

Al caballero de la fe su propia naturaleza, que se manifiesta profunda porque según Kierkegaard no hay otro modo de ser caballero de la fe; lo llevará más allá de quien era pero sin desprenderse de su ser particular en el humano mundo. Esta profundidad, que no filtra, hace que deba en él conciliarse el dolor con ese nuevo estado en que la resignación absoluta lo
coloca. Porque su naturaleza, de carácter superior, aunque simplemente humana, lo deslinda de lo mundano como topos de su amor y lo traslada a una elevada experimentación del amor.Entrando el caballero en comunión con el ser absoluto. Dicha experiencia, a pesar de su inmensidad, no lo transforma en otro.

Pero, ¿cuál es ese dolor? Es el de un amor que lo imanta en su concreta existencia (su acotada vida humana), pero no puede concretarse en ella. El por qué de esa imposibilidad, no suma a la argumentación de la transformación espiritual de este caballero. Lo relevante es que se trata de un amor que no muere, y no de un deseo que se apague ante la adversidad.

Según Kierkegaard, éste caballero se halla inmerso en una paradoja. Dicha paradoja podemos narrarla como: ganar perdiendo, retener abandonando.

El amor que la princesa gestó en el caballero, enfrenta la tragedia de la imposibilidad, saliendo fortalecido del infortunio. Pero en ese juego dialéctico no crece en cantidad sino en cualidad. El caballero abandona, resigna la sensación del beso, la experiencia del abrazo, la penetración en y del «objeto» amado.

Para Umberto Galimberti el amor debe ser: «Una entrega incondicional de uno mismo a la otredad que compromete nuestra identidad, no para evadirse de nuestra soledad, ni para fundirse con la identidad del otro, sino para abrirla a aquello que somos, a nuestra nada».(3) De esta manera para Galimberti el individuo habilita un: «movimiento de trascendencia, de
excedencia, de posterioridad, capaz de poner en juego su autosuficiencia intransitiva y de abrir una brecha o incluso una herida en su identidad protegida» (4)

Pero el caballero de la fe, toma un transitar distinto, llegando en consecuencia a un desenlace que no es el aquí citado; o si se entiende que resulta el mismo, llega allí desde una transfiguración de sí distinta a la expresada por Galimberti. Porque no es a partir de ese intento de «violar sus seres», acción del cuerpo de los amantes, que retoma el camino el caballero de la fe. Porque la resignación es en primer instancia tocante a la concreción material. Es una etapa que no se
efectúa en su acceso a la trascendencia del amor. El caballero no se entrega, pero no por reivindicar la castidad, no lo hace porque su intento se ve frustrado, se ve impelido de concreción.

Es a partir de allí que la resignación lo acoge, y salva su amor porque le permite vivir bajo la «expresión de un amor eterno». Porque aquello que no deviene, que no cae, que no se agota, que no se coloca en el mundo; escapa a las coordenadas del espacio y el tiempo. Y paradójicamente aunque tuvo un inicio, como cambio de plano, le será posible no tener un fin.
Existe en el caballero la apertura que señala Galimberti, apertura a «aquello que somos, a nuestra nada». Porque el caballero de la fe se permite hundirse en el absurdo, cuando se dice a sí: «sin embargo, creo que obtendré lo que amo en virtud de lo absurdo, en virtud de mi fe de que todo le es posible a Dios». Porque solo en conciencia de su pequeñez, de su limitado poder, y las limitadas posibilidades de este mundo finito, toma espacio la fe, única mandante en el terreno que la razón olvida; en el de las ilimitadas posibilidades, allí donde los bordes del ser se diluyen en la nada. La fe solo halla lugar en el hombre que es conciente de la imposibilidad. Porque creer que sobreviva una posibilidad en un plano que esta cerrado para ella, no es tener fe, para Kierkegaard, sino pecar de ingenuidad.

«Desde el momento en que el caballero se resigna, se convence de la imposibilidad según el humano alcance; tal es el resultado del examen racional que tiene la energía de hacer. En cambio, desde el punto de vista de lo infinito la posibilidad subsiste en medio de la resignación; mas esta posesión es al mismo tiempo una renuncia, no siendo sin embargo por eso un absurdo para la razón; porque esta conserva su derecho a sostener que la cosa es y continúa siendo imposible en el mundo finito donde es soberana.» (5)

El punto dispar en el resultado que moviliza el amor, es que el caballero de la fe no se queda en esa nada. Entra en esa nada porque por su resignación aparece comulgando con ese amor eterno; transfiguración de su amor por la princesa, en amor por el ser eterno. Abraza al todo y se impregna en su totalidad desfragmentada. Con su movimiento logra el caballero «la conciencia eterna de la legitimidad de su amor bajo la forma de una eternidad que realidad alguna podrá arrebatarle».

El caballero no trasciende olvidando a la princesa ante la adquisición de un amor eterno. Un caballero no olvida, «hay contradicción en olvidar la sustancia de toda su vida mientras se continúa siendo el mismo». No se abren brechas en su identidad, esto para Kierkegaard solo acontece a las naturalezas inferiores. Además, nuestro caballero, es un caballero de la fe; y para Kierkegaard la fe, es para este mundo. En consecuencia, no debería la fe alejarnos del mundo, y sí debería, parafraseándolo: reconciliarnos con la vida.

El caballero de la fe retorna a su mundo, a su cotidianeidad luego de trascenderla; luego de legitimar su amor para la eternidad y de asumir su imposibilidad, en el transito de su encarnada vida. Pero no vuelve vacío, y no es la legitimación de su amor, el divino tesoro que lo sacia. El caballero parece aprender algo tras la dolencia de su impedido amor por la princesa:»Ha comprendido ese gran secreto: que, incluso amando, uno debe bastarse a sí mismo.»
Notas al Pie

1 Pág. 55. Kierkegaard. Temor y temblor.
2 Pág. 51. Idem.
3 Pág. 16. Galimberti. Las cosas del amor.
4 Pág. 15. Idem
5 Pág. 55. Kierkegaard. Temor y temblor.

martes, 18 de agosto de 2009

El sentimentalismo desde Lord Shaftesbury (Julio 2009)

Lourdes Silva




En orden de comprender y visualizar la importancia del pensamiento filosófico de los sentimentalistas escoseces, se hace imprescindible hacer hincapié en la figura de tres pensadores: Lord Shaftesbury (1671-1713), Francis Hutcheson (1694-1746) y David Hume (1711-1776), ya que es a través del desarrollo de sus teorías, que puede verse cristalizado, un modo argumentativo que consistió en introducir los sentimientos en las condiciones morales.

Shaftesbury habrá de comparar los juicios de tipo moral con el sentido de la percepción, estableciendo una relación de equivalencia entre el espectador moral, y aquel que es receptor de un acto moral. Por su parte Hutcheston, a lo largo de sus obras, propone dos perspectivas del sujeto-agente racional, las cuales se hayan muy diferenciadas entre si; a una de ellas la denomina” activa”, la misma posiciona al hombre como eje principal de fuertes inclinaciones tanto para su propio bien, como para el ajeno.La otra es la del agente racional capaz de aprobar o censurar inclinaciones y actos. Hutcheston, por otra parte, agrega a los cinco sentidos ordinarios tres más: el sentido público (felicidad para los demás), el sentido moral (percibimos el vicio en nosotros o en los otros) y el sentido de honor (cuando se es aprobado o gratificado por acciones buenas). Por último, Hume a partir del principio de simpatía, formula una aprobación moral sobre el acto de caridad que un sujeto-agente hace y que en compañía del razonamiento puede alcanzar una verdadera rectitud moral.

Es el primero de los filósofos antes nombrados el que nos convoca en esta sección.

Anthony Asheley Cooper, más conocido como el tercer conde de Shaftesbury(1), nace el 26 de febrero de 1671 en Londres. Desarrolla actividades como filosofo y político publicando varios libros, entre ellos: “Ensayo sobre el merito y la virtud” (1699), “Características de hombres, costumbres, opiniones y tiempos”, “Cartas sobre el entusiasmo” (1708) entre otros. Será Shaftesbury quien dará el puntapié inicial hacia una ética escocesa(2) sentimentalista, contraria al escepticismo moral(3). Su filosofía es una de las más claras manifestaciones de lo que se denomina naturalismo optimista, ya que creía fehacientemente que la naturaleza humana ha preparado al hombre para ser feliz, para alcanzar el bien propio, dotándole a su vez de las capacidades que le son necesarias para vivir en sociedad. Para el autor existía un sentido moral propio de la naturaleza humana, una autonomía moral, con ciertas inclinaciones, efecto de las costumbres y la educación. El trabajo de Shaftesbury consistió básicamente en trasladar a un campo laico los problemas de la filosofía ético-religiosa por el camino de una moral librada de toda ley positiva y de toda religiosidad. La fuerza de esta concepción moral no encuentra sus cimientos en las ideas innatas o en la razón sino en el sentimiento moral; de esta manera, la concepción moral tiene carácter emotivo, intuitivo, alcanzable solo mediante la racionalización de las pasiones. De acuerdo a esto último, el origen del conocimiento moral se halla en el sentimiento o en alguna clase de sentido especial, así lo han defendido fervientemente los sentimentalistas. El conocimiento racional pasa a un segundo plano en el campo de la moralidad. Sin embargo no se cree acertado afirmar, como en algunas oportunidades suele hacerse, que la presencia de lo racional en el conocimiento moral sea inexistente, ya que no deja de ser reconocida su intervención en algún grado.

Es en su obra principal: “Cartas sobre el entusiasmo”, donde desliga radicalmente la moral de su fundamento religioso, buscando una base propia e independiente. Defiende la unidad y la armonía del Universo que afecta la vida ética, de manera tan trascendente, que en la sociedad se eliminan las tendencias egoístas. Esta doctrina fue criticada por Mandeville (1670-1733), cuando en su ensayo: “Una investigación acerca de la naturaleza de la sociedad” señala que no existe una benevolencia natural del hombre hacia sus semejantes, y que son el egoísmo y la vanidad las bases de los actos llamados virtuosos. Tilda de imaginarias las ideas de Shaftesbury: “Es manifiesto, pues, que buscar ese Pulchrum Honestum es como perseguir una quimera; pero no es esta, a mi juicio, la falta mayor. Las nociones imaginarias de que el hombre puede ser virtuoso sin abnegación son una puerta ancha hacia la hipocresía, la cual, una vez que se hace hábito, no solo nos obliga a engañar a los demás sino que nos hace desconocidos para nosotros mismos(…)”(4)

Shaftesbury se considerará un “realista moral”(5),lo que hará que califique de “escéptica” toda toma de posición ética que niegue a)la existencia real del bien, b)la existencia real de las distinciones morales y c)la existencia de la virtud. Combatiendo estas éticas, el filosofo propondrá la observación de la naturaleza y el análisis sostenido de la propia mente. Toda su teoría moral hace referencia a la concepción que tiene de la naturaleza humana, a las dos condiciones que toda criatura puede poseer: la buena y la mala. La condición buena es promovida por la naturaleza y buscada por la vía de la inclinación del propio individuo, quien posee un interés por su propio bien. Como lo explica Shaftesbury en una de sus obras, el sentido moral es una inclinación natural que se refiere a lo que es bueno (correcto) y malo (incorrecto). El mismo, se encuentra presente en la persona más perversa, ya que consiste en sentir atracción hacia el bien y aversión hacia el mal. “El sentido de lo correcto y de lo incorrecto, en consecuencia, siendo tan natural para nosotros como lo es una Afección Natural en sí misma y siendo un primer principio en nuestra constitución y género, no da lugar a opinión especulativa, persuasión o creencia que sea capaz inmediatamente o directamente de excluirlo o de destruirlo”(6). Para explicar de qué manera actúa el sentido moral en su función de distinguir el bien del mal, se servirá de la comparación de los sentidos.

Shaftesbury se refiere a dos ámbitos del conocimiento que corren por andenes paralelos, aunque diferentes. Por un lado tenemos el conocimiento de los sentidos, y por otro el conocimiento mental o moral. El objeto del primero son los cuerpos (objetos materiales) y del segundo la conducta y las acciones. La valoración de lo “bello” y lo “deforme” en los objetos materiales y de lo “bueno” y lo “malo” en los actos morales, surge de la confrontación entre los sentidos en el primer caso y del entendimiento en el segundo. “Sucede lo mismo en los sujetos mentales o morales que en los cuerpos comunes, o los sujetos propios del sentido. De las formas, movimientos, colores y proporciones de estos últimos cuando se presentan ante nuestros ojos, resulta necesariamente una belleza o una deformidad de acuerdo con la diferente medida, orden y disposiciones de sus diversas partes. Del mismo modo, en el comportamiento y en las acciones cuando se presentan, nuestro entendimiento debe encontrar necesariamente alguna diferencia de acuerdo con la regularidad o irregularidad de los sujetos.”(7)

Finalmente, es para Shaftesbury el análisis de los actos una actividad de la mente pero es el sentido moral el que tiene la función de calificar.

Notas:
  1. Shaftesbury es una localidad ubicada en el norte del condado de Dorset en Inglaterra, cerca del límite con Wiltshire. Fue construida a unos 200 m sobre el nivel del mar y es el único poblado significativo en Dorset que se encuentra en una colina. Existente ya en el período anglosajón y posiblemente también en el periodo Celta con el nombre de Caer Palladur, constituye actualmente uno de los asentamientos de mayor altitud y antigüedad todo el Reino Unido.
  2. Por razones filosóficas Lord Shaftesbury,pertenece a esta tradición, pero es importante señalar su origen ingles, como lo hacíamos mas arriba
  3. Shaftesbury distingue dos clases de escepticismo moral;el lamado pirrónico o filosofía académica y el escepticismo etico.Acepta el primero pero rechaza el segundo ya que se lo atribuye a Hobbes y a Locke.Estos autores llegan a un escepticismo ético a través de un dogmatismo religioso.
  4. "La fabula de las abejas”,Mandenville. Trad J.Ferrater Mora, Mexico, FCE,1997,1ªReimpre,p22o.Este ensayo se concluyó e incluyó en la edición empleada de la “Fabula de las abejas” de 1723, aparecida por vez primera en 1714.
  5. Characteristics of men,manners,opinions,times. Shaftestbury. Londres,1732
  6. Ibid,Libro I,Parte III,Seccion I,pag 44.La cursiva es del autor.
  7. Ibid,Libro I,Parte II,Seccion III,Pag 29.La cursiva es del autor